Las nuevas tecnologías y el uso de las redes sociales ha hecho más evidente el tema de la dismorfia corporal, una patología que empieza con la no aceptación de uno mismo desde el punto de vista físico, pero que tiene íntima relación con su parte interna. Los estereotipos de apariencia que el mundo virtual dicta están dentro de rangos que no todas las personas pueden alcanzar, produciendo el rechazo hacia sí mismos y como consecuencia, el padecimiento de la dismorfia corporal.
Los jóvenes y adolescentes son el grupo más vulnerable a padecerla, pero alcanza a personas de distintas edades; sin embargo, el primer grupo está en una etapa de cambios fisiológicos y psicológicos y pueden ser más susceptibles.
Este es un fenómeno del siglo XXI como consecuencia de estar inmerso en el mundo tecnológico y las redes sociales y, lamentablemente, con la llegada de la pandemia, hubo una mayor exposición a los medios electrónicos.
Las diferentes redes ponen a disposición de los usuarios varias posibilidades para conseguir una fisionomía retocada, con facciones delicadas, siempre acordes a los cánones dominantes.
Los adolescentes están más expuestos a esta patología, porque están en un proceso de identidad como personas y en su rol de género, su apariencia física es muy importante, por ello buscan imágenes y prototipos, una especie de ídolos a los que puedan imitar o lo que los medios les venden “como lo más aceptable”. En ese momento hay más exposición de los adolescentes frente a su espejo y empiezan a hacer comparaciones con esos prototipos que les muestran las redes.
Parte de nuestra naturaleza humana es la admiración por algo y eso es normal, al igual que el buscar verse bien físicamente, sentirse a gusto con esa imagen que se refleja en el espejo, mejorar el peinado, el maquillaje… si no existe esa necesidad de verse bien, algo malo está pasando. Es decir, no se puede ir a ningún extremo. Si empieza una obsesión por la imagen que se proyecta, acompañada de actitudes que se inclinan a lo patológico como el pretender tener el perfil, los pómulos, los labios, el peinado de otra persona, se da valor a una apariencia física que no lo identifica.
Si una persona tiene una deformación en la nariz lo bueno sería someterse a una cirugía, si eso la hace sentir mejor, pero si empieza a caer en una dependencia y continuamente está tratando de cambiar su imagen, de acuerdo a lo que inconscientemente considera es lo adecuado se habla de obsesión, ese sería uno de los síntomas de la dismorfia corporal. Otro es el no aceptarse físicamente cuando los otros lo ven bien, cuando es incapaz de ver sus rasgos buenos, sus fortalezas en cuanto a su apariencia física y en su lugar se enfoca en lo que le falta, en sus defectos. Su tiempo, su energía y sus pensamientos los está enfocando mayoritariamente a esa aceptación física y al uso de filtros.
Si se hace de vez en cuando está bien, si una persona amanece cansada se le notan más las ojeras y busca de alguna forma disimularlo, no hay problema.
En casa, con los hijos, uno de los puntos fundamentales es ayudarlos a lograr su aceptación. Es importante que desde pequeños se fomente esa valoración y seguridad en ellos, no solamente por su apariencia física, sino porque cada uno es un mundo con sus fortalezas y debilidades. Cuando empiezan a aceptar que tienen una imperfección, pero el otro también la tiene, porque no somos perfectos, adquieren confianza. En la adolescencia los hijos van a querer compararse con otros y los padres deben estar ahí para ayudarlos a enfocarse en sus fortalezas y trabajar en sus debilidades, sin obsesionarse en tratar de modificar cada vez más los rasgos que lo caracterizan y le otorgan su identidad como persona.
Y, finalmente, es importante que los hijos no se comparen con los modelos o los prototipos de belleza femenina o masculina que nos quieren hacer creer. Lo importante es que los adolescentes sepan que esa mujer u hombre perfecto que ven, pudo haber sido modificado utilizando los recursos tecnológicos.
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