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¿Eres de las que ve el vaso medio lleno o medio vacío?

domingo, septiembre 5, 2021
La felicidad es un ejercicio de coherencia con nosotros mismos, de trabajar el optimismo de forma realista y aprender a ver el lado bueno de las cosas. Un artículo de Carmen Lanchares, publicado en la Revista VOGUE
Tiempo de lectura: 5 minutos

El optimismo (inteligente) es, en definición de la RAE, la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Pero la educación, la personalidad y las circunstancias determinan que unos vean el vaso medio lleno y otros medio vacío. Y de esa perspectiva depende en gran medida que nos consideremos más o menos felices. Según el Informe Mundial de la Felicidad de 2021, Finlandia mantiene su liderazgo como el país más feliz del mundo. Una posición que lleva ostentando en los últimos años. En España, en 2020, hemos descendido en ese ranking de la felicidad: hemos pasado del puesto 24 al 27. No cabe duda que el último año ha sido duro, muy duro, y ha puesto a prueba los niveles de felicidad y optimismo (inteligente) de las personas. ¿Pero qué hace que unas vean el vaso medio lleno y otras lo vean medio vacío? Según exponen Karynna Okabe-Miyamoto & Sonja Lyubomirsky de la Universidad de California, Riverside, en un capítulo de dicho informe, hay una serie de características psicológicas, como la extraversión, el coraje, la gratitud o la resiliencia que promueven el pensamiento positivo. La pandemia ha sido un revulsivo para todo, también para cambiar nuestra perspectiva sobre lo que nos hace felices.

¿Cómo ves el vaso?

Más que hablar de felicidad, Ana Villarrubia, psicóloga y autora de Aprende a escucharte (La esfera de los libros) prefiere referirse al concepto de satisfacción con la vida “que no es utópico, sino práctico, y que podemos manejar y aterrizar con más facilidad y de manera más tangible”. Desde este enfoque, la especialista nos invita a identificar cuáles son las áreas de su vida que considera más significativas (normalmente tienen que ver con la familia de origen o la familia construida, la pareja, el trabajo, las relaciones sociales, lo personal…) y a cuantificar con claridad el nivel de atención y cuidado que dedicamos a cada una de ellas. “Es interesante darse cuenta de que cuanta mayor es la distancia entre lo importante que es esto para mí y lo poco que lo cuido, más padecemos y más sufrimos. También es relevante la relación entre lo mucho que me importa una de esas áreas, y todo lo que dentro de ella no he sido capaz de gestionar, toda esa conflictividad que arrastro y ante la cual parece que me he resignado”.

La felicidad, un acto de coherencia

Esas disonancias a las que se refiere Villarrubia actúan como señales de alarma “y deberían funcionar como resortes que nos hacen saltar y movilizar nuestras estrategias de afrontamiento y los recursos para resolver problemas”. En resumen, la felicidad, desde este punto de vista, no es otra cosa que la recompensa al trabajo bien hecho, la tranquilidad que emana a consecuencia de haber sido coherentes y equilibradamente responsables con nosotros mismos y con todo aquello que queremos que nos defina.

“Somos lo que hacemos, no lo que decimos ser, eso no se nos puede olvidar nunca y, por lo tanto, esa búsqueda de felicidad o de satisfacción vital también ha de ser un proceso activo a consecuencia del cual nos beneficiamos de la consiguiente gratificación”. El ser humano aprende mejor por refuerzo que por castigo, y por ello, explica esta experta, esas ‘pildoritas’ de felicidad que vamos cosechando por el camino nos indican que estamos haciendo las cosas bien y en la dirección deseada.

Escucharse para ser feliz

Hay que ser muy valiente para escucharse confirma la autora de Aprende a escucharte pero tambén afirma que eso tiene gratificación y es un ejercicio de autocuidado que nos provee de valiosísimas recompensas, aunque no sean absolutamente inmediatas (y, por lo tanto, hasta alcanzarlas sea necesario transitar a través de unas cuantas emociones incómodas). Es importante mirar dentro para sanar y para resolver, para no vivir instalados en la queja, liberarse de unas ataduras que no sabíamos que eran tales o cuyas limitaciones, incluso, desconocíamos.

“Duele darse cuenta de nuestros defectos, duele tomar conciencia de aquellas cosas de las que no estamos orgullosos, duele asumir responsabilidades y darnos cuenta de que no nos hemos comportado de acuerdo con nuestros valores o de acuerdo con la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos. Duele tomar conciencia de cuántas cosas procrastinamos y de cuántas veces descuidamos de los nuestros o de lo nuestro. Pero sin ese ejercicio de introspección el cambio no es posible, sin esa toma de conciencia no hay compromisos que adquirir ni direcciones en las que caminar”.

El optimismo, también se aprende

“Se puede aprender a ser ‘realistamente’ optimista y ‘realistamente’ positivo, por supuesto que sí”, confirma Villarrubia. Es lo que se llama optimismo inteligente. “Todas las personas observamos el mundo con determinados sesgos o distorsiones que afloran de manera más o menos automática”. Y el primer paso para trabajar el optimismo sano y realista es tomar conciencia de las abstracciones selectivas con las que muchas veces interpretamos todo lo que sucede a nuestro alrededor, y que nos conducen a poner el peso en la preocupación en lugar de ponerlo en los factores de solución”.

Tras ese reajuste de los filtros con los que interpretas automáticamente el mundo, el optimismo es una actitud que se practica, una posición activa ante cualquier situación cotidiana ya sea aparentemente banal o trascendental. Todo cuenta y todo suma. “La suerte es para el que la busca y las personas a las que les pasan cosas buenas – además de que no están nunca exentas de que el infortunio se cebe con ellas – lo cierto es que se lo trabajan mucho para que así sea”.

En resumen, se aprende a ser optimista haciendo y afrontando en lugar de evitando, asumiendo racionalmente algunos riesgos, solicitando ayuda, trabajando la autoestima para poder recibirla, enfrentándose al error y al rechazo como parte de la vida, cosechando tantos noes como para que también nos toquen algunos síes, y no permitiéndonos nunca la resignación activa si, en su lugar, resulta que también es posible practicar la aceptación.

Según el cristal con que mira

También Alba Fernández, psicóloga de Emotium, afirma que se puede aprender a cambiar el enfoque de las cosas, y con ello generar emociones diferentes para una misma situación. “La clave para ser más positivo depende de nuestro discurso interno, de nuestros pensamientos”. El problema, dice esta especialista, está en que muchas veces tenemos un discurso interior muy catastrofista y no somos conscientes de cómo nos influye en todas las esferas de nuestra vida. Realmente la clave no está en ser optimista o positivo sino en ser conscientes de que la mente no nos haya puesto “unas gafas de sol” con las que vemos la realidad de un modo oscuro, gris y negativo. Si tenemos esas gafas de sol e identificamos esos pensamientos negativos, podremos trabajar para tener una visión más ajustada de la realidad.

No confundas alegría con felicidad

La alegría es un momento visceral, fugaz, el resultado de esas pequeñas cosas que te hacen reír, momentos aparentemente efímeros e intangibles que muchas veces pasamos por alto en la búsqueda de eso más abstracto que llamamos felicidad, refiere Ingrid Fetell Lee, autora Joyful: the Surprising Power of Ordinary Things to Create Extraordinary Happiness (Alegría: el poder sorprendente de las cosas ordinarias para crear una felicidad extraordinaria). Como asegura Fetell, “La alegría está a tu alrededor. Solo necesitas buscarlo” y para ello ha creado una guía (The Joyspotter’s Guide) con sencillísimas prácticas para encontrar esos pequeños momentos de alegría de tu entorno, ya que por insignificantes o absurdos que te parezcan, ayudan a trabajar el optimismo. Por ejemplo: mirar hacia arriba y reparar en la forma de las nubes (“la alegría viene a menudo de cosas que flotan o vuelan”) o hacia abajo (“puedes descubrir un arco iris en un charco”); fijarse y rodearse de color (“porque el color es vida”), conectar con la naturaleza (una consistente –y subestimada– fuentes de alegría); o buscar la simetría en las cosas que te rodean (“una concha en espiral o un toldo rayado, porque las formas y patrones simétricos crean sensación de armonía en medio de la aleatoriedad de la vida diaria”); salirse de la ruta predeterminada y deambular por un lugar; o usar todos los sentidos (enfocándote en las texturas, sonidos, colores que pueden aportar sensaciones placenteras).

Texto original publicado en la Revista VOGUE

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