Hace más de 10 años, los gurús de la Feria de Fráncfort, el mayor evento editorial del mundo, vaticinaron que los ebooks se impondrán a los libros en papel. En las editoriales del país, también se libró una especie de apocalipsis y temor a que finalizara la producción editorial, que incluía textos educativos y de otros contenidos. Sin embargo, han transcurrido 13 años y continúa la publicación e impresión de los materiales. Esa pensada revolución no ocurrió.
Con la pandemia se han acelerado algunos procesos, pero no por una evolución natural, sino a causa de la parálisis de todo contacto físico y el confinamiento al que nos hemos visto sometidos. En Ecuador, el mundo editorial ha sido uno de los sectores culturales más golpeados durante el primer año de pandemia. Según datos de la Cámara Ecuatoriana del Libro, en 2020 se registraron en total 4349 títulos, un 13,17% menos que en 2019. Asimismo, se registraron 2 608 015 ejemplares, un 57,96% menos respecto de la producción de 2019, cuando se anotaron 6 203 547 ejemplares.
No obstante, todavía no estamos ni cerca de que desaparezca la impresión de los libros y definitivamente ello no va a suceder por completo. Es posible que haya una tendencia reducir la adquisición de libros físicos, porque resulta más cómodo para viajes o determinadas ocasiones llevar libros digitales. Además, en las construcciones actuales ya no se destina un espacio para almacenar los libros, instalar una biblioteca o el estudio, debido a que los departamentos son más pequeños y resulta más difícil guardar libros. En ese caso, es más práctico tener los libros electrónicos en un dispositivo. Estos aspectos nos hacen pensar dos veces antes de comprar un libro físico; adicionalmente, si el presupuesto es un factor determinante, el costo de los libros electrónicos es menor que el de los de papel. Esto supondría el crecimiento de la venta del libro digital, pero no necesariamente pensando en la desaparición del libro impreso.
Los jóvenes son quienes más tendencia a lo electrónico tienen, porque están inmersos en un mundo de pantalla, tanto como fuente de información como de ocio. Es así que el público lector se puede segmentar un poco por edades, muchas personas mayores de 60 años y otros no nativos digitales (los nacidos antes de 1980) no dominan los aparatos electrónicos, que se actualizan constantemente. Debido a su dificultad para adaptarse a los nuevos dispositivos electrónicos de lectura, suelen optar por el libro impreso.
Por el contrario, los nativos digitales se adaptan sin mayores inconvenientes a la nueva tecnología; para ellos es cómodo llevar consigo un dispositivo, comprar los libros que les interesen, descargarlos, leerlos, modificar la tipografía según el gusto y la necesidad y hacer las anotaciones al margen que deseen. Su formato es muy amigable, se pueden buscar definiciones, información adicional a través de los hipertextos, etc.
Por estos aspectos, los jóvenes pueden preferir la lectura digital, aunque hay quienes combinan ambas.
Las librerías han hecho el mayor esfuerzo por atraer al público a pesar de las restricciones de acceso a ellas que ha habido, sobre todo al inicio de la pandemia. Ofrecen, además de las últimas novedades de literatura y no ficción nacional e internacional, libros de distintos formatos, algunos de ellos ediciones de lujo, con fotografías e ilustraciones, que son libros cuyo valor no se aprecia en el formato digital y que necesariamente deberán seguir imprimiéndose. También la literatura infantil continúa teniendo mayor salida en formato impreso, pues, para ser atractivos, los ebooks infantiles deben tener recursos interactivos, es decir, constituirse en libros enriquecidos, lo cual resulta muy costoso. En cambio, si se trata de libros académicos, la edición digital es muy útil cuando los resultados de las investigaciones y las novedades científicas son requeridos inmediatamente por otros lectores académicos o científicos debido a que pueden llegar muy pronto a destinos a los cuales los libros impresos tardarían meses y con un alto costo de transporte e impuestos. Las enciclopedias es otro caso en el que la impresión prácticamente ha dejado de existir porque, con lo vertiginoso del ritmo actual de los avances de la ciencia, pierde sentido tener en casa o en la oficina una enciclopedia que pronto habrá perdido vigencia. Es decir, es más fácil dar cabida al libro electrónico en ciertos contextos académicos o científicos, mientras que los literarios, ediciones especiales o libros para niños tienen más salida en formato impreso.
En los últimos tiempos ha cambiado el panorama de la literatura con el surgimiento de la autoedición. Hasta hace pocos años, la única manera de publicar era la tradicional: el autor escribía un manuscrito y lo presentaba a una editorial, si era aprobado se iniciaba el proceso de edición, para luego pasar a la impresión, después a la librería y a los medios de difusión y crítica. Finalmente el lector decidía si compraba o no el libro, muchas veces en función no solo del autor o la temática, sino también de la editorial que lo había publicado, que se constituía en una garantía de su calidad.
En la actualidad, hay un camino más corto, que pasa por alto la editorial: la autoedición, cuye auge es principalmente en la web. Cualquier persona puede publicar sus escritos en una plataforma comercial como Amazon. Muchos autores desconocidos se han hecho famosos luego de la autopublicación; otros que ya habían publicado en editoriales, por diferentes motivos han migrado a la autoedición o la combinan con la edición tradicional. La crítica que reciben estos textos es que no han pasado por un comité editorial para su análisis y que, en la mayoría de casos, no han tenido el proceso editorial que garantiza la calidad de un libro.
Las bondades de un libro físico es que no necesita ser recargado, no se pierde, daña ni desactualiza el dispositivo electrónico. Un libro de papel nunca se quedará sin batería, ni se apagará o dejará de funcionar por motivos desconocidos, ni requerirá de la asistencia de un servicio técnico, ni será imposible de volver a ser leído por incompatibilidades de formatos o por la obsolescencia de los sistemas operativos. Siempre estará ahí para ser leído una y otra vez, salvo que haya una inundación o un incendio, en cuyo caso tampoco sobreviviría un libro digital.
Otra pérdida que ocurre con el ebook es la dedicatoria. En las presentaciones de libros —presenciales hasta la pandemia— se veía a las personas hacer fila para que el autor les dedicara su obra con su firma de puño y letra. Al momento, eso se ha perdido, pero se espera que pronto regrese.
Para los aficionados a un autor o una obra, tener varias ediciones en su biblioteca es motivo de satisfacción. Hay coleccionistas de El Quijote, por ejemplo, que van acumulando diferentes ediciones de la obra a lo largo de su vida.
Decir que los libros electrónicos contribuyen al cuidado del ambiente es un mito. Es cierto que la producción de libros exige derribar árboles, pero estos son un recurso renovable «siempre que los bosques y plantaciones sean bien gestionados», como afirma Greenpace. Muchas imprentas certifican que, por cada árbol utilizado para hacer papel plantan otro, como parte de su conciencia ecológica y ambiental.
En cambio, si bien con el ebook se evita la tala de árboles, se trata de un dispositivo electrónico y, como tal, luego de determinado tiempo se convertirá en chatarra electrónica. Por ello en algunos países, al momento de la compra, se cobra un impuesto a los residuos electrónicos.
Con lo expuesto, la opción entre libro de papel y libro electrónico parece uno de esos debates de nunca acabar, porque ambos formatos tienen sus seguidores. Cada lector tiene su propia relación con ambos soportes, sus experiencias y, por lo tanto, un vínculo emocional diferente con cada uno.
Por ello, la discusión no está realmente en el formato en que uno lea. El problema de un país como el nuestro es la falta de lectura y el foco no debe estar en qué formato se lea, sino en aumentar los índices de lectura, que son de los más bajos de la región.
La pandemia ha evidenciado que los países andinos no están preparados para usar los recursos electrónicos o digitales, los niños y niñas de escuelas de escasos recursos no tienen acceso a computadoras ni tabletas, así como tampoco a Internet, con lo cual no pueden conectarse a las clases virtuales, investigar para hacer los deberes y proyectos, dar exámenes en línea, etc. Muchas veces cuentan con un solo celular en la casa, para que estudien varios hijos y es un dispositivo muy pequeño para concentrarse, leer atender a clases, descargarse documentos y hacer las tareas. A ello se suma el alto costo de conexión a internet y el hecho de que no llega a todas las zonas de nuestros países.
Por tanto, si queremos incrementar los niveles de lectura en Ecuador, en este momento la tarea es asegurar el acceso de los niños y jóvenes a los libros y, como todavía lo digital tiene muchas dificultades, hay que trabajar en proporcionar libros impresos con buenos contenidos. Lo importante es que se lea no en qué formato se lea, esa debería ser la discusión en esta coyuntura.
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