Por: Iván Flores Poveda
Periodista. Hombre libre. Feliz padre de tres.
En el oficio periodístico local, el silencio no suele ser un valor. Ese silencio que es cosecha de la introspección, la reflexión y la autocrítica. En tiempos en que la autoreferencialidad y el clickbait son cascarón y oquedad de ciertas agendas de infoentretenimiento, Juan Tibanlombo Salazar fue un reportero-salmón. Un periodista a contracorriente. No hablaba Juan: hablaba su reportería.
No lo conocí en persona por mucho tiempo. Sin embargo, ya lo intuía y aprendía de él desde sus textos para el suplemento Blanco y negro, un referente del periodismo de largo aliento que Diario HOY pudo sostener casi dos décadas.
Para entender la real penetración de las FARC en Ecuador, los trabajos de Juan eran una lectura esencial, particularmente para entender la presión sobre los campesinos de las fronteras, acosados por la ausencia de los Estados y las balas de las narcoguerrillas, los paramilitares y demás delincuentes del siglo XXI.
Llegué a Diario Hoy en 2013, como Editor de Información, de la mano de José Hernández, uno de mis mentores. “Hola. Bienvenido. Seremos vecinos” fueron las primeras palabras de Juan cuando recién nos conocimos.
Desde entonces, en el trato interpersonal, Juan compartía conmigo no más de cuatro palabras. No obstante, a la hora de leer uno de mis textos era más locuaz, siempre generoso en la corrección, el aplauso o la sugerencia, pero siempre, asimismo, con las palabras justas. Ese mismo trato vi entre Juan y los jóvenes integrantes de la “redacción del Titanic”, como yo solía llamar al querido equipo con el cual navegamos hasta el final.
Pero toda regla tiene su excepción. Su silencio se rompía con una voz sardónica envasada a presión en su vida. De almuerzo en almuerzo, junto con Jaime Mantilla, José Hernández y Roberto Aguilar nos reíamos de tantas taras históricas sobre las cuales se levanta el país. Y a tono con el discurso polarizador del correísmo de aquellos años, entre los dos encarnábamos en el día a día una ópera bufa sobre el fetiche del pueblo versus los pelucones: él como exalumno del Mejía, yo como exalumno del San Gabriel.
En la dinámica de la redacción, esa ópera bufa era un exorcismo ante la cascada de ‘estudios semióticos’, exhortos, reclamos, llamados de atención y multas con que los alguaciles orwellianos del correísmo procuraron silenciar a Diario HOY. El periódico ya no está. Tampoco aquellos alguaciles.
HOY cerró haciendo periodismo. De hecho, Juan me dio luz verde para publicar una serie de entregas sobre Hacking Team, la maquinaria de vigilancia que el correato compró para espiar a sus críticos. Solo pudimos publicar un reporte, pues los alguaciles propagandísticos terminaron de colocar sus candados y mordazas. Esos alguaciles se fugaron del país, años más tarde, entre quebradas y tejados a medianoche.
En aquellos días, para descargar las tensiones de la redacción, íbamos a la inauguración de una exposición o a la presentación de un libro. Y la noche y sus neones llamaban a Juan. No por hedonismo, sino como una búsqueda febril. Era una transformación. La ciudad, sus vericuetos, sus parias y Juan como un Teseo queriendo conocer los motivos del Minotauro.
Creo que muchas de esas búsquedas se amplifican en El Demonio de Laplace, la novela que publicó en 2016.
Juan murió el 26 de junio pasado. Un 26 de junio, siete años atrás, vivíamos el frenesí de una promesa y una oportunidad. HOY, pionero en procesos editoriales y tecnológicos, se transformó en un diario enteramente digital con una edición impresa para fin de semana. Juan se dedicó al portal y me encargó el rediseño del impreso, una de las tareas más emocionantes en mi carrera, gracias a la entrega de mis compañeros diseñadores Mauricio Loza y Wilson Samaniego.
El correato, para ‘augurarnos’ éxito en esta nueva etapa, nos impuso una multa de USD 57.800. Esta presión precipitó el cierre del diario y la “redacción del Titanic” atracó en la incertidumbre. Dos meses después, HOY fue liquidado. No pude despedirme de Juan ni de nadie. Algunos compañeros del comité de trabajadores me impidieron pasar al edificio de la avenida Mariscal Sucre. En todo este tiempo crítico, recuerdo a un Juan Tibanlombo Salazar cuyo silencio era sinónimo de serenidad, control y aplomo.
Como un jardín borgeano, nuestros caminos se bifurcaron. Hasta que volvimos a reunirnos té y café en manos. El Juan silencioso de HOY era un niño al cual le faltaba el aire para explicarme su nuevo proyecto. Palabras, ideas, vértigo, proyección, universidades, nuevos medios, debate, agenda pública… Fui con mi hijo pequeño a esa cita. “Papo: tu amigo no deja hablar”, me dijo al oído.
Juan, generoso, me invitaba a un segundo reto: dar cuerpo a un nuevo medio dedicado a la divulgación científica. www.dialoguemos.ec cumple ya un lustro de ser una plataforma en que los más destacados académicos de seis universidades revisan la coyuntura nacional y global con un lenguaje abierto a públicos diversos. Tuve el honor de ser parte de ese equipo durante algunos meses hasta que fui a dar cuerpo a otro nuevo medio: www.ecuadorchequea.com
Nuestros caminos volvieron a bifurcarse. Volvía a encontrarlo en Twitter, en los videos cortos que solía cargar sobre los ocasos en la ciudad. Presentía en esos videos una nueva búsqueda febril. También lo encontraba en los mensajes que me enviaba durante mis quimioterapias. Palabras medidas, pero hondas.
En algún momento los caminos dejarán de bifurcarse. Entre tanto, a celebrar el silencio de Juan, en cada texto de los jóvenes periodistas que él formó y que ahora son una legión repartida entre tantas redacciones y proyectos que luchan, precisamente, contra la autoreferencialidad y el clickbait.
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