El régimen de Daniel Ortega ha optado por el camino del miedo en Nicaragua, con presos políticos, acusaciones a los opositores de menoscabar la independencia, la soberanía y la autodeterminación del país o incitar a la injerencia extranjera en los asuntos internos y una obsesión por mantenerse en el poder junto a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Todo un personaje.
Ortega se va convirtiendo en el alumno más leal del socialismo del siglo XXI, un proyecto autoritario que menoscaba las libertades públicas; mantiene presos políticos mientras la Organización de Estados Americanos ha reclamado su inmediata liberación y crear condiciones para elecciones libres y justas. Nada más.
No es la primera vez que el régimen de Daniel Ortega comete actos arbitrarios, injustificados, únicamente dirigidos a destruir cualquier posibilidad de recambio político en Nicaragua. La perpetuación en el poder de caudillos que perseguía y persigue el socialismo del siglo XXI.
Ortega se muestra completamente burlón ante la opinión pública internacional ante las acusaciones de crímenes de lesa humanidad durante la represión de las manifestaciones en 2018, que acabaron con más de 320 personas muertas con la tortura y el asesinato a mansalva a estudiantes indefensos.
Ortega no se va a detener en sus intentos por mantenerse en el poder indefinidamente, porque Nicaragua, la historia lo ha demostrado, es un sitio estratégico para el tráfico hacia Estados Unidos. Su principal aliado sigue siendo el régimen venezolano de Nicolás Maduro.
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