Nadie pone en duda que la pandemia ha tocado de lleno la salud mental de gran parte de la población y el estrés y la ansiedad se han colado en nuestra vida diaria. Un estudio publicado en diciembre de 2020 por la revista científica Psychiatry Research apuntaba que las cifras de trastorno por estrés y ansiedad se habían llegado a multiplicar hasta por cinco. Pero aunque el estrés siempre lleva asociado connotaciones negativas, en su justa medida puede llegar a ser positivo en nuestro día a día.
En primer lugar, merece la pena distinguir dos tipos de estrés: “Sería importante que supiéramos que hay dos tipos de estrés, el distrés, o estrés negativo, y el eustres, o estrés positivo. Tenemos que plantearnos que el ser humano es una máquina prácticamente perfecta y que casi todos los procesos que lleva a cabo, tanto físicos como emocionales, tienen un significado adaptativo. Lo importante es no ‘pasar la máquina de revoluciones'”, apunta Laura Panzano, psicóloga de El Prado Psicólogos.
Si somos capaces de controlar ese punto de inflexión en el que el estrés empieza a ser perjudicial, se puede afirmar que “un nivel de estrés adecuado es perfecto para ayudarnos a tomar la iniciativa, a funcionar de una forma rápida, eficaz, eficiente y más productiva. Gracias al estrés podemos mejora nuestra concentración y la capacidad cognitiva, el cuerpo se activa fisiológicamente y nos prepara para pasar a la acción y aumenta la creatividad y la resolución de problemas”, describe la psicóloga Ana Belén Aranda Rivera, de Mundopsicologos.com.
A esto se refiere precisamente la Ley de Yertes-Dobson, enunciada por los psicólogos Robert M. Yerkes y John Dillingham Dodson en 1908, que dicta que una dificultad o demanda del entorno aumenta la ansiedad pero también la atención y eficacia a la hora de resolverla, mientras no pasemos de unos determinados límites de ansiedad, ya que de lo contrario podemos bloquearnos y en ese caso comenzaría a descender el rendimiento.
Determinar esos límites no es fácil, pues cada persona tiene una tolerancia al estrés distinta y depende de muchas variables. ¿Cuáles? “Los estímulos y las demandas de la situación que se nos presenta, la interpretación personal con el que valoramos a la misma y los recursos y estrategias de afrontamiento con que cuenta cada persona”, enfatiza Ana Belén Aranda.
A pesar de que hay personas que han desarrollado mayor capacidad para soportar el estrés o “tienen mejor predisposición para trabajar bajo presión, es recomendable no sobrepasar ciertos límites o cargas, ya que de lo contrario podemos desarrollar un trastorno de ansiedad o mostrar alguna somatización”, apunta Laura Palomares, de Avance Psicólogos.
Por eso es importante estar vigilantes, escuchar a nuestro cuerpo y a nuestra mente, para saber cuando estamos rebosando ese nivel de estrés que resulta estimulante a la hora de realizar una tarea: “Sentir que nos bloqueamos, o tener dificultad para concentrarnos con tareas que normalmente ejecutamos en un límite de tiempo razonable es la primera señal”, apunta Palomares.
Otra pista a tener en cuenta es que “cuando algo nos produce estrés positivo, pese a que puede suponernos un esfuerzo, la sensación final es positiva. Cuando el estrés está rebasando nuestros recursos, el cuerpo entra en un estado de agotamiento“, aclara Laura Panzano.
A partir de ahí, hay muchos factores que pueden hacer que se encienda la señal de alarma y que seguramente todos hemos experimentado alguna vez. Desde la conocida sensación de agobio y de “no llegar” que tantas veces pronunciamos hasta la fatiga y el cansancio, la falta de energía y de concentración, la tensión muscular e incluso el malestar de estómago.
Laura Palomares también apunta “los fallos de memoria, la rumiación de pensamientos excesivamente negativos o catastrofistas y cambios en el comportamiento como evitar ver a gente, no querer levantarnos de la cama o por el contrario estar hiperactivos en momentos de ocio”.
Es en ese momento cuando toca parar y poner en marcha todos aquellos recursos que evitan que el estrés se mantenga en el tiempo y afecte a nuestro equilibro mental y emocional.
En primer lugar, Laura Panzano apunta que es “importante tener nuestras necesidades vitales cubiertas. Hay que tener una buena alimentación y dormir las horas necesarias. La práctica de deporte es importante para liberar endorfinas y también es necesario tener tiempo libre para nosotros. Por otro lado, compartir tiempo con nuestros amigos y nuestra familia y tener aficiones ayudan a que la calidad del tiempo libre sea satisfactoria. La práctica de yoga y el mindfulness, que ayuda a conectar con el cuerpo y la mente en el aquí y ahora, son muy útiles para el manejo de estrés”.
Aprender a gestionar bien el tiempo se convierte en un valor al alza, según explica Laura Palomares, “ya que esto va a favorecer que nuestro reloj circadiano o biológico, es decir, el termostato de nuestras hormonas y neurotransmisores, funcione adecuada y equilibradamente. También es importante aprender a reconocer los límites y atender a nuestro cuerpo si empezamos a sobrepasarnos”.
Ana Belén Aranda profundiza en otra serie de pautas que nos pueden ayudar a controlar el estrés: “Aceptar la situación tal cual viene y evaluar nuestros recursos, hay que ser realistas con las demandas del entorno y los medios con los que contamos para hacer frente a ella. Saber decir no cuando la carga de trabajo sea superior a la que uno puede y debe atender, establecer prioridades y no sentirse culpables en caso de no haber podido atender a todo lo que se nos exigía”.
Por lo tanto, despojar al estrés de sus connotaciones negativas y entender que también puede jugar a nuestro favor, escuchar a nuestra mente y nuestro cuerpo para saber cuándo debemos parar, asegurarnos de que haya un equilibro entre nuestra vida personal y laboral y canalizar la tensión a través de actividades que nos hagan disfrutar y sentir bien puede ser el principio de un camino que nos lleve a despedirnos del estrés malo para dar la bienvenida al bueno.
Texto original publicado en la Revista BAZAAR
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