El correísmo no pudo pactar ni con Pachakutik ni con la Izquierda Democrática. Su sueño de liberar a Jorge Glas de sentencias ejecutoriadas se iban diluyendo, así como la esperanza del expresidente Rafal Correa de quedar libre de toda acusación, de botar a la basura años de trabajo de la Fiscalía tras las pistas de la red de sobornos que la constructora brasileña Odebrecht montó en Ecuador durante su mandato.
No existe la materialidad del delito, ha repetido una y otra vez el expresidente Correa alegando muy folclóricamente de que fue sentenciado por influjo psíquico. Con materialidad del delito entiende la existencia de factura donde diga soborno por tal o cual hecho a nombre de Jorge Glas o Rafael Correa, con RUC o cédula de identidad.
Cuando salieron las primeras pruebas del exponencial aumento de ingresos de uno de sus exfuncionarios, habló de acuerdo entre privados, porque sus empleados públicos, su círculo íntimo era impoluto, desde su visión, desde su dudosa concepción de la ética.
En las elecciones no dudó en retratarse como víctima, desde su cómoda vida en Bélgica; impuso un candidato que se suponía le sería fiel. Dos, en realidad. Entonces lo lógico habría sido que fueran esos candidatos quienes comenzaran a capitalizar el porcentaje de votos obtenidos en las últimas elecciones.
Error. Fueron borrados del mapa por el expresidente así como aparecieron, a sabiendas de que su imagen causaba y causa reparos entre quienes vivieron diez años de persecución y vejámenes, con sentencias de prisión que ahora le parecen nada: qué son diez meses en la cárcel, como el caso de la presidenta de la Asamblea, Guadalupe Llori. Y nos llaman autoritarios, dice ahora quien no se atreve a cumplir ni un día de cárcel por una sentencia en firme.
De la manga del expresidente entonces había salido una especie de acuerdo con un aliado que ahora le parece natural, el Partido Social Cristiano que, ha asegurado, le ofrecía todo a cambio de nada. Jaime Nebot no le llegaba ni a los tobillos como estratega político, si se lee entrelíneas sus declaraciones.
El expresidente Correa no contaba con que Guillermo Lasso tenía pensamiento propio, no atado a la agenda suya, sino a quienes votaron por él para echar al tacho de basura esos sueños de la reelección indefinida. Un sueño que ni siquiera intentó ocultar su candidato cuando hablaba de que necesitaba al menos cincuenta años en el poder para trazar un proyecto de país, que bien podría leerse como un proyecto de impunidad.
“Durante más de diez años, muchos ecuatorianos vivieron con miedo del autoritarismo. Nos sentimos agredidos. Intimidados. Arrinconados -dijo el Presidente electo al recibir sus credenciales en el Consejo Nacional Electoral-. Quienes alzamos la voz para protestar sufrimos persecución y continuos vejámenes sabatinos. Muchos ecuatorianos, desilusionados, llegaron a pensar que quienes gobernaban no entregarían nunca el poder, como efectivamente está sucediendo hoy en Venezuela”.
Pachakutik no busca revivir en Tahuantinsuyo, ni la socialdemocracia representa a la derecha, como asegura el expresidente Correa. Y el país no necesita comisiones de la verdad para declarar inocentes o culpables a personas sentenciadas por corrupción, el trasfondo de toda esta telenovela, para eso está la justicia.
Sin comisiones de la verdad, cuyos fallos eran aceptados o rechazados por el expresidente Correa en su mandato, según sus intereses, el país podrá seguir adelante. Y un Pacto de la Moncloa tal vez fue acordado, pero contra todo lo que representaba y representa el correísmo. El hablar sin sentido para parecer inteligentes ha sido una de las fortalezas del socialismo del siglo XXI. La filosofía de cafetín.
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