Tal vez se va sometido a todo tipo de acusaciones, hasta por la crisis económica agudizada por el Covid-19. Sin pena ni gloria, como dice el refrán, pero fue él quién puso un pare al continuismo del expresidente Rafael Correa, de mantener un proyecto político ad infinitum, porque creyó haber puesto en el poder un tonto útil, hasta que escuchó su discurso de posesión un 24 de mayo como hoy, hace cuatro años.
El primer gran anuncio fue la suspensión de las sabatinas, un espacio de vejámenes y burlas de su antecesor no solo contra todos quienes pensaban diferente sino contra todos quienes osaban levantar su voz. Voces acalladas por un aparato de propaganda que trabajaba 24/7, consumiendo infinidad de recursos.
Ese día como hoy, hace cuatro años, Rafael Correa terminó en el hospital, descompuesto, después de toda la pompa con la que llegó a la Asamblea, con alfombra roja y un ego que no le cabía en su cuerpo. Solo encargaba el poder momentáneamente y se fue, porque se suponía debía volver en cuatro años como el gran salvador de la patria, esa palabra tan vilipendiada durante una década.
Luego vino la consulta popular que desnudó toda la estructura perversa creada durante una década para sostener a un movimiento político con el control de todas las instituciones del Estado a cargo de amigos y exfuncionarios del expresidente Correa, que ha mantenido una campaña activa durante cuatro años para hacer calar la figura del traidor y la víctima, con un punto nuclear, las protestas de octubre de 2019, donde no disfrazó sus intenciones de dar un golpe de Estado para volver al poder y decretar la libertad de Jorge Glas, sentenciado por un caso relacionado con los sobornos de Odebrecht, la mayor trama de corrupción de América Latina.
¿Cómo olvidar el rostro pálido y la arrogancia de quién controlaba todo el sistema de justicia, Gustavo Jalkh, ahí frente al nuevo titular del Consejo de Participación Ciudadana, Julio César Trujillo? Y Moreno no solo desnudó una estructura perversa de control con superintendencias creadas para todo, hasta para vigilar quién iba al baño, sino también la realidad de la situación fiscal, un Estado quebrado por todo el despilfarró en eternas fiestas donde se cantaban epitalamios a un líder que hace mucho tiempo se había alejado de la base social que lo llevó el poder.
Los elefantes blancos, los sobreprecios, la política exterior dirigida a sostener el ego de una figura, en lugar de privilegiar a socios comerciales para dinamizar las exportaciones, quedaron al desnudo. El país asistió atónito al develamiento de uno de los mayores fraudes de la historia, ese que intentaba quedarse 300 años en el poder y que con el pasar de los año redujo a 50, como ofreció su alfil, Andrés Arauz, a quien dio la espalda tras su fracaso en las últimas elecciones. ¿Quién fue siempre el traidor?
Hoy, hace cuatro años, las calles de Quito, de la noche a la mañana, dejaron de ser escenarios de caravanas de carros últimos modelos con vidrios polarizados y escoltas policiales para llevar a sus casas a ministros o subsecretarios, interrumpiendo el paso de las personas de a pie.
No hay duda que fue Correa quien impuso la candidatura de Lenín Moreno, porque creía estar ante un figura manipulable, pero fue Moreno quien se interpuso ante su proyecto totalitario con el desmantelamiento de una estructura de poder creada para sostener a una sola figura en el poder en presencia y en ausencia.
No hay que olvidar que hoy, hace cuatro años, el expresidente Correa terminó en el hospital por una descomposición estomacal, después de escuchar el discurso de Moreno en la Asamblea, donde no solo se burlaba de sí mismo, sino también de quien se jactaba de haberlo puesto en el poder. Hoy, hace cuatro años, Ecuador se comenzó a alejar de esa pesadilla llamada socialismo del siglo XXI, un proyecto de miseria y opulencia, de odios y venganzas.
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