Cuando inició el 2020 nadie imaginó que podía llegar una pandemia, cruel e impredecible como ha sido ésta, pero sucedió; tamaña prueba que se sumó a otras que venimos enfrentando por la crisis de esta época. Vivimos una especie de carrera de resistencia con obstáculos; pero lamentablemente no todos tenemos similares condiciones para avanzar. Nos invadió la angustia; muchos aprendimos a resistir, a ser recursivos y solidarios, nos adaptamos.
Marzo trajo desesperanza e incertidumbre. El estado de confort de los afortunados que tenemos trabajo estable fue sacudido; a los que no lo tienen, se les derrumbaron los sueños y lo poco que tenían. Los primeros seguimos laborando; con el teletrabajo muchos pudimos llevar las labores a casa, en donde caóticamente se mezclaron roles, espacios y tiempos; incorporamos recursos tecnológicos avanzados en el desempeño cotidiano; la virtualidad facilitó muchas cosas, tendió puentes de encuentro y comunicación, fríos pero efectivos en la emergencia. Los segundos, los pobres, solo han podido sobrevivir, y esto debe importarnos bastante.
Unos enfrentamos mejor la adversidad y vamos saliendo, mientras que la gran mayoría de ecuatorianos resiste e intenta recuperarse, como el junco de los arroyos y las lagunas cuando el viento lo azota. Todos hemos sentido miedo, peligro y dolor. Nos reencontramos con la familia, pero también perdimos a seres queridos. Hoy somos más fuertes, y comprendemos más profundamente el sentido de la vida.
Nuestra sociedad tiene groseras imperfecciones, por lo que debemos transformarla antes de que todo empeore. Para ello, lo primero será no relajarse ante el peligro evidente del virus, ya que debemos vencerlo de una vez por todas; lo segundo, esforcémonos para convivir con equidad, donde todos gocemos de dignidad y justicia; lo tercero, meditemos a fondo el voto para las próximas elecciones, ya que está en juego nuestro futuro. Que esta navidad, sobre todo, nos ilumine. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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