Catherine Millot hizo de Freud un “Antipedagogo”. Más allá de los escabeles de la sublimación freudiana, donde niños y jóvenes se suben para verse bellos y hacer lazo social; Eric Laurent propone reintroducir en la enseñanza: textos de locos, delirantes, homosexuales, drogados… que proporcionen puntos de enganche a la juventud, al darles palabras para nombrar experiencias innombrables. A Verlaine y Rimbaud, le agregamos a Pablo Palacio y César Vallejo. Estas prestaciones no vienen por la vía del ideal.
Lacan criticó la educación ortopédica y la pedagogía correctiva del yo, pues empujan a callejones sin salida y a lo peor. Hoy algunas “ayudas” tecnológicas devienen instrumentos de goce: cámaras en aulas y celulares para enviar “audios” a padres aturdidos; se graba invasiva e ilegalmente a niños afectados. Esa cámara no es la de Mariana Otero en Le Courtil. Un analista inconsiste los sistemas de circuito cerrado, alojando el deseo y la invención.
Recibimos analizantes que operan como psicólogos, profesores, acompañantes terapéuticos… que lidian con lo imposible de soportar y el sufrimiento de niños y no tan niños. Uno a uno, hacen su esfuerzo por entrar en el juego como el que le enseñó a Laurent su hija: “Entonces, haz como yo: zin, boom, zin boom“. Es decir, sin dejar de repetir: “Entonces, haz como yo“. Esa reiteración gozosa introduce un vacío vital en el uso de la lengua, tan distinto a la mortífera consigna del desánimo contemporáneo: “preferiría no hacerlo”. Sobre los entusiastas habló Miller en “En dirección a la adolescencia”.
Una digna transmisión lacaniana sería: Entonces, haz como yo… ¡pero no me imites!
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