Parecería ser que el mundo tiene como objetivo generar la tormenta (económica) perfecta en Ecuador. Hasta hace un par de días, la preocupación principal eran los (hasta ahora) 14 casos de coronavirus identificados en Ecuador y los efectos indirectos que podría tener la desaceleración económica mundial generada por la enfermedad sobre la economía doméstica. Sin embargo, en medio del río revuelto, la guerra de precios del petróleo emprendida por Arabia Saudita y Rusia trajo consigo un colapso de 31% en un solo día en el precio del commodity,
Para Ecuador, que sigue siendo una economía altamente dependiente del petróleo, la variación del precio del petróleo fue recibida como un balde de agua fría por las autoridades económicas. Pero a esto se suma la salida masiva de capitales desde los mercados emergentes, que en un solo día alcanzó los casi 30.000 millones de dólares, y el anuncio del Fondo Monetario Internacional de no realizar el desembolso de 249 millones de dólares que estaba planificado para el mes de marzo.
Bajo el nivel de nerviosismo generalizado en los mercados debido a la contracción económica mundial, estos cambios que afectan a la economía de Ecuador no fueron vistos con buenos ojos. El EMBI+ (Riesgo País), que está relacionado con la probabilidad de que un país incumpla con sus obligaciones contraídas previamente, aumentó 40% entre el 8 y 9 de marzo de año en curso, llegando al nivel histórico de 2792 puntos básicos. Esto quiere decir que, si Ecuador emitiera bonos hoy, tendría que ofrecer un rendimiento de 27 puntos por encima del Bono del Tesoro de los Estados Unidos. En otras palabras, la tasa de interés que enfrentamos como país está cerca de 28%, mientras que internamente la tasa de préstamos de consumo (la más alta del mercado) está cerca de 16%.
Todo esto son pésimas noticias para el Gobierno, que ha enfrentado dificultades políticas y sociales serias en la implementación de reformas económicas estructurales, altamente necesarias después del despilfarro de recursos y endeudamiento excesivo generado por el gobierno de Rafael Correa. Y las pocas ventanas de oportunidad fueron desaprovechadas por falta de comunicación y planificación, desatando el grave malestar social que decantó en las paralizaciones del mes de octubre y trajeron consigo pérdidas equivalentes a 1% del PIB.
En este panorama, el coronavirus ha pasado a segundo plano. Los ojos en este momento están sobre el presidente y su equipo económico, y la situación actual pone a prueba su creatividad para idear políticas de ajuste de corto plazo que sean efectivas, socialmente aceptables y políticamente viables al mismo tiempo (al momento de redacción de esta nota seguíamos a la espera del pronunciamiento del presidente). En tiempos normales, este tipo de políticas son extremadamente difíciles de diseñar, e implican procesos largos y bien pensados de discusión con los actores involucrados. Hoy por hoy, los procesos de discusión sucumben ante la emergencia económica, y complican aún más un necesario consenso sobre los pasos a seguir.
Es así como, tanto en el caso del coronavirus como de la debacle económica que afecta al país, a los ciudadanos comunes y corrientes no nos queda más que mantener la calma. En el caso del coronavirus, es necesario lavarse las manos más seguido que de costumbre y evitar las aglomeraciones para así contener la propagación de la enfermedad. En el caso de las medidas de ajuste debemos lavarnos las manos de favoritismos y oportunismos políticos por parte de los grupos ya identificados en octubre y ceder, en lo que podemos ceder desde nuestros roles como ciudadanos, para lograr el control de daños que es necesario hoy por hoy.
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