La misión Solar Orbiter emprenderá el domingo su viaje espacial para explorar los vientos del Sol, un fenómeno cargado de partículas potencialmente nefastas para las telecomunicaciones, y capturar imágenes inéditas de nuestra estrella. La sonda de la Agencia Espacial Europea (ESA) partirá de Cabo Cañaveral en Florida, en colaboración con la NASA, con diez instrumentos científicos, que suman 209 kilos de carga útil.
Tras su paso por las órbitas de Venus y de Mercurio, el satélite, cuya velocidad máxima será de 245.000 km/h, podrá acercarse hasta 42 millones de km del Sol, es decir, menos de un tercio de la distancia que lo separa de la Tierra.
Con esta trayectoria, Solar Orbiter tendrá la capacidad de mirar al Sol directamente. Los nuevos datos completarán los compilados por la sonda Parker de la NASA, lanzada en 2018, que se acercó todavía más a la superficie del astro (entre 7 y 8 millones de km), pero sin la tecnología de observación directa.
Con seis instrumentos de tomografía, la sonda europea revelará las imágenes más cercanas al Sol jamás captadas. Mostrará además por primera vez los polos de nuestra estrella, de la que solo se conocen en la actualidad las regiones ecuatoriales.
Otros cuatro instrumentos de medición in situ permitirán sondear el entorno del Sol.
El objetivo principal de la misión es comprender cómo el Sol crea y controla la heliosfera, la burbuja magnética que rodea todo el sistema solar, resume Anne Pacros, responsable de misión y carga útil de la ESA.
Esta burbuja está impregnada de un flujo ininterrumpido de partículas llamados vientos solares. A veces los vientos solares son perturbados por erupciones que eyectan partículas cargadas que se propagan en el espacio.
Estas tempestades, que son difíciles de pronosticar, tienen un impacto directo sobre la Tierra: cuando golpean la magnetósfera provocan como mínimo las bellas e inofensivas auroras polares. Pero el impacto también puede ser más peligroso.
La mayor tormenta solar conocida es el evento de Carrington, de 1859: destruyó la red de telégrafos en Estados Unidos, propinó descargas eléctricas a varios agentes, quemó papel en las estaciones y la aurora boreal fue visible en latitudes inéditas, hasta América Central.
En 1989, en Quebec, la modificación del campo magnético de la Tierra creó una corriente eléctrica de gran escala que, por efecto dominó, hizo saltar los circuitos eléctricos, provocando un gigantesco apagón.
Las erupciones pueden a la vez perturbar los radares en el espacio aéreo -como en 2015 en Escandinavia- las frecuencias de radio y destruir satélites.
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