El individuo inicia su proceso de adaptación y aprendizaje en la familia. Dentro de este núcleo los niños son parte de un proceso que forjará su identidad y es precisamente lo aprendido en su núcleo parental lo que replicará en sociedad. Actualmente vivimos en un entorno donde aún no se logra concretar espacios que garanticen a los individuos igualdad ni equidad y, por tal motivo, este debe ser nuestro principal objetivo; para este fin debemos analizar los cambios, las necesidades y las falencias que encontramos en la sociedad.
Tenemos pues que, en pleno siglo XXI, algunas familias continúan enseñando que las niñas son dóciles y complacientes, mientras que los niños son temperamentales y competitivos; cabe resaltar que, desde el hogar, es fundamental romper con modelos de crianza descontextualizados, los padres deben entender que las actividades rutinarias y cotidianas deben ser reguladas y supervisadas como parte del proceso de autonomía y autosuficiencia de los niños.
Necesitamos desarrollar bases sólidas en la sociedad, que permitan al individuo potenciar su desarrollo en base a la valoración del ser humano, plantar cimientos de una sociedad equitativa, que brinde las oportunidades de progresar a sus habitantes, construir una sociedad tolerante que valore los beneficios y la riqueza de la diversidad, una sociedad que promueva la inclusión para evitar ver a las personas como una carga. ¿Cómo lograrlo? La respuesta es promover una educación libre de estereotipos y para ello debemos parar de enfocarnos en potenciar únicamente ciertos caracteres, según el género.
Combatir la crianza con patrones machistas es un compromiso que debe involucrar a hombres y mujeres, pues todo comienza en casa con el ejemplo que se da a los hijos. Para combatir el machismo tenemos que desterrar la idea de que una persona tiene más derechos que otra y una estrategia fundamental para iniciar este proceso en la familia y desde que los niños son pequeños es el reparto de las tareas domésticas.
Enseñar a nuestros hijos a cocinar, lavar, planchar, etcétera, es garantizar su bienestar a futuro, es fomentar la independencia y la autoestima: ser igual de competentes y disciplinados en la casa como en la escuela es parte de la educación, la crianza debe ser vista desde una actitud liberadora.
Otro estereotipo muy común es criar varones como seres inmunes al dolor, seres privados de expresar lo que piensan y sienten simplemente para evitar replicar conductas ‘femeninas’. Este tipo de educación produce tensión en los niños y solo ayuda a formar individuos desprovistos de cariño y afecto. En contraparte a las niñas se les inculca una serie de conductas que van encaminadas a presentarse como seres indefensos y dependientes.
Es necesario clarificar que la variedad compleja de emociones y sentimientos que experimenta el ser humano no está clasificada según el género; un niño criado bajo arquetipos machistas está expuesto a sufrir, pues deberá demostrar constantemente su hombría y esto a la larga lo desconectará de su parte sensible para poder llegar a ser el más fuerte, el que manda, el que no llora, el que no necesita a nadie para ser feliz y esto resulta ser una carga psicológica muy pesada que puede generar una serie de signos y dificultades psicológicas emocionales que comprometerán relaciones interpersonales y generar conductas perjudiciales en su vida adulta.
Ahora bien, las repercusiones de esta formación no solo tienen connotaciones negativas en los varones pues de manera directa repercute en las niñas porque provoca en ellas, hasta su adultez, la creencia de que necesitan permanentemente de protección. Eso provoca inseguridad, desvalorización, complejos de inferioridad y baja autoestima. De este tipo de crianza se obtienen dos seres con la misma problemática, pero con enfoques diferentes.
Lo que se aconseja en los hogares es la práctica de la comunicación abierta y democrática, que la familia promueva el trato igualitario y equitativo en cada uno de sus miembros, evaluar cómo nos relacionamos con nuestra pareja; que aprenden nuestros niños en base a nuestras acciones. Es necesario fomentar desde niños la necesidad de apreciar las diferencias, que sean empáticos y valoren a cada persona sin importar su género. Cuidemos de la salud mental de nuestros pequeños para que sean adultos capaces de vivir plenamente y disfrutar de lo divino que es recibir y dar amor.
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