Lo recuerdo como si fuera una fotografía pegada en la pared que miró una y otra vez. Era noviembre de 2013. El gobierno del expresidente Rafael Correa ahorcaba las finanzas, pero aún no lograba cerrar Diario HOY. Tras el guión del 30 de septiembre de 2010 el cerco a los medios de comunicación que no respondían a la línea oficial era abrumadora. Había regresado a Quito de Guayaquil, donde estuve al frente a la redacción regional por cerca de un año y medio, por una reorganización de la empresa.
Como casi todo el país seguí de cerca la historia de Édison Cosíos, un chico del colegio Mejía condenado a vivir en estado vegetativo fruto de la represión de la época. Con una Policía sometida a los caprichos del poder político, acosada por la sombra de la revuelta policial del 30 de septiembre de 2010 que el guión oficial trató de convertir en intento de magnicidio y de golpe de Estado para levantar la alicaída figura del expresidente.
Tras el 30 de septiembre de 2010, el gobierno creyó tener carta libre para reprimir, con José Serrano en el Ministerio del Interior. En 2011, como era lógico, ninguna protesta era aceptada y menos aún en septiembre, a un año del 30-S, una de las mayores mentiras del correísmo.
El espíritu represivo del ahora expresidente Correa se justificaba en el 30-S, convertido en un estribillo casi burlesco de no mediar todo la caza de brujas desatada por sus aparatos de represión y propaganda.
Édison Cosíos fue una de las víctimas de ese sistema montado para mantener la figura del expresidente en el imaginario público prácticamente como el de un héroe, cuando fue todo lo contrario.
Una mañana de noviembre, en una reunión de la mesa editorial, alguien recordó que había un chico en estado vegetativo y que, al parecer, mostraba signos de recuperación. Y me escogieron para ir a contar su historia. Vivía en la Argelia, en un barrio alto del sur de Quito, con una vista privilegiada de la ciudad. Ahí creció, desde ahí cumplió su sueño de estudiar en el colegio Mejía.
Su madre, Vilma Pineda, recordaba cada detalle del día en que su hijo fue al colegio. Cómo iba vestido; qué le dijo cuando se subieron al bus; los guantes que se había olvidado; qué le dijo cuando se bajó del bus. La llamada que recibió; el momento en que llegó al hospital; las sillas blancas de la sala de emergencias. Su mente era una especie de bodega de recuerdos da cada instante de ese día. De los domingos en los que Édison preparaba tamales con su padre, Manuel Cosíos; de la devoción de la familia por la Churona; de los viajes de todos los años hacia Loja; de las bromas que su hermano mayor le hacía cuando Édison permanecía inmovilizado; de la emoción tan viva cuando lo vio mover un dedo por primera vez en mucho tiempo; de la cuchara de palo, el secreto para un buen seco de pollo.
Tenía asignada una página para la edición dominical. Un sábado de noviembre de 2013 llegué muy temprano a la Redacción prácticamente mirando la nada, recordando esa frase de Cervantes o de algún otro escritor, esa de que la vida es demasiado hideputa. La recordé cuando supe que Édison Cosíos había muerto la madrugada de un miércoles, después de vivir casi ocho años en estado vegetativo gracias a la dureza del carácter de su madre y, sobre todo, gracias a su ternura.
La historia escrita, ahora lo sé, se perdió cuando el gobierno del expresidente Rafael Correa decidió cerrar el Diario HOY y dejar que en la nube se perdieran todos sus archivos.
Perdón por la primera persona.
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