Este 7 de abril de 2019 se cumplen 22 años de estar vinculado al sector universitario (SU), lo cual, con el pasar del tiempo, se ha convertido en una fuente de experiencias y vivencias -cientos de horas de “enorme satisfacción profesional y personal” de estar, en el aula, frente a los estudiantes de grado y posgrado- que considero ayudan a comprender, de buena manera -junto a las diversas tareas de gestión académica realizadas-, la evolución de uno de los sectores clave -el SU- del proceso de dinamización y transformación del desarrollo social y económico del país enmarcado, eso sí, en los principios de la solidaridad, la eficiencia, la justicia, la inclusión y la transparencia en todas las actividades que son llevadas cabo por todos y cada uno de los actores responsables -diversos en cuanto a su pensamiento e intereses- de sacar adelante al Ecuador en medio de situaciones de crisis continuas que, con los lentes de la positividad, siempre ofrecen muchas oportunidades a la hora de lograr ese Ecuador mejor que es totalmente factible alcanzarlo siempre y cuando trabajemos -ecuatorianas y ecuatorianos-, como un solo puño, de forma sinérgica.
Ahora, para iniciar, se debe resaltar que, en general, el SU -a pesar de que han trascurrido más de dos décadas- se lo ve aún lento en cuanto a su capacidad de adaptación a los desafíos -tecnológicos, sociales, económicos, culturales, políticos, legales e institucionales- que impone la vida vertiginosa vigente en el siglo XXI. De ahí, muchas veces, se repite “una realidad es lo que se enseña en las aulas y otra es la que viven las propias instituciones de educación superior al postergar, muchas de ellas, sus procesos de mejora institucional con enfoque integrado”; por ejemplo, no es raro que a los estudiantes -sobre todo de las escuelas de administración y economía- se les enseñe formas de funcionamiento organizacional eficientes, innovadoras y enfocadas a la entrega de bienes y/o servicios basada en la filosofía y acción de la excelencia que, claro, cuando se evalúa si son aplicadas casa adentro -esas formas de funcionamiento-, lamentablemente, resulta que están ausentes y, por ende, con impactos directos negativos -en muchos de los casos- a la forma como es gestionado el quehacer universitario diario.
A esta forma de actuación hay que añadir -esto sustentado en lo que se dijo en un taller que, hace pocas semanas, se realizó en la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador (UASB-E)- que, casi como una constante, las universidades y escuelas politécnicas ecuatorianas tienden a planificar sus actividades y a ofrecer servicios -carreras de grado y posgrado, principalmente- de espaldas a lo que realmente espera la sociedad como producto de su existencia en un entorno en donde las instituciones de educación superior son vistas -dentro de las expectativas de excelencia social- como los entes pensantes capaces de entregar a la sociedad luces por donde debería caminar en el futuro.
En este escenario de expectativas de actuación pro excelencia, por ejemplo, de acuerdo, a la percepción de actores de diversos sectores, las universidades cuando diseñan un programa de grado o posgrado no se preocupan de hacer estudios profundos sobre la pertinencia del servicio a ofrecer y de lo que realmente se necesita para fortalecer el proceso de cambio social; lo que ha predominado, muchas veces, es que desde el escritorio se diseñe y, luego, se ofrezca algo que, como es de esperarse, va a ser un fracaso desde el lado de la demanda y de la utilidad que tendrá el programa de grado o posgrado diseñado por docentes que, con ciertas excepciones, nunca han palpado la realidad de forma vivencial y directa; más bien están bajo el perfil del docente que, cuando está frente a sus estudiantes, la única fuente para respaldar lo que está transmitiendo es una fuente libresca -“el libro dice”, muy importante, por supuesto- pero que para que potencie su fuerza debe estar respaldada del conocimiento empírico obtenido producto de la vivencia cercana con la sociedad objeto de interacción.
El estado situacional actual y una serie de desafíos reflexionados, pero, aún, pendientes de ser enfrentados por los actores universitarios con propuestas que conlleven a formas de acción que, realmente, impacten en el cambio de la educación superior; están vinculados con una serie de debates y acciones reales provenientes desde las propias universidades y/o desde los gobiernos de turno. Estos debates y acciones han tendido a estar relacionados, principalmente, a espacios de discusión en donde se pueden evidenciar avances, retrocesos o parálisis reflexiva que no ha dado el salto hacia una aplicación verdadera que contribuya a la mejora sostenible del sector de la educación superior ecuatoriana.
Entre los ámbitos explicativos que tienen relación directa con el proceso de evolución -pro mejora del sector universitario- se deben resaltar a los siguientes:
A mediados de los 90 para ejercer la docencia y hacer carrera universitaria se empezó a exigir estudios de maestría; para luego, entre 2007 y 2017, la situación se volcó hacia la exigencia de los estudios doctorales equivalente al PhD. Lo cual fue un avance positivo, ya que, con docentes formados a ese nivel, como es de esperarse, las universidades empiezan a tener -en su planta- personal que fortalezca sus capacidades de investigación y publicación de los avances científicos generados en las distintas disciplinas que conforman el accionar de las instituciones de educación superior.
Sobre todo, entre 2007 y 2017, se entró en un período caracterizado por la desesperación de publicar -sobre todo en revistas denominadas indexadas- como un medio para obtener puntos por el desempeño académico y no como un medio eficaz para socializar, en el propio país, el conocimiento científico generado y, así, incidir dando luces a la solución de los problemas de la sociedad ecuatoriana. Ahora, claro, esa desesperación ha llevado a que ciertas universidades publiquen lo que quiera sin la rigurosidad que exigen los protocolos académicos.
Entre finales de los 90 y la primera y mediados de la segunda década de 2.000, se pasó del libertinaje -incluyendo la creación de varias universidades de garaje interesadas en ganar dinero a como dé lugar- al control exagerado orientado a generar instituciones de educación superior sumisas al gobierno de turno; en donde se condicionaban -afectando a la autonomía universitaria- desde los organismos de control universitario, por un lado, las acreditaciones -procesos que ponían letras a los niveles de una supuesta excelencia institucional- y, por otro, la entrega de recursos siempre y cuando pensaban y difundían mensajes a favor de un modelo gubernamental aparentemente soportado en las “manos limpias y los corazones ardientes” que sirvieron de cortina de humo para tapar el propósito oculto del cóctel peligroso -despilfarro, ineficiencia y corrupción- que nos dieron de beber a todos los ecuatorianos y hoy evidenciado con los hallazgos, casi a diario, del mal uso de los fondos públicos de la bonanza económica que nos perteneció a todos los ecuatorianos.
A partir de 2.000 se empezó con una serie de ejercicios de acreditación que, lamentablemente, carecieron de una explicación clara y profunda sobre ¿qué son?, ¿para qué sirven?, ¿por qué se deben realizar?; simplemente -sobre todo entre 2007 y 2017- a las universidades se las puso a correr llenando una serie de formularios que terminaron desviando la atención de los docentes hacia las actividades distintas a las que son la razón de ser de una institución de educación superior -docencia, investigación y vinculación con la colectividad-; incluso, como forma de expresión de la acreditación, se estableció una clasificación de las universidades según la categoría alcanzada, lo cual, para aquellas que no se ubicaron en buen puesto, significó para los estudiantes y docentes llevar un peso de estigmatización negativa como sinónimo de universidad de baja calidad que, en ciertos casos, fue injusta, ya que, por revanchas políticas, se terminó castigando a universidades, simplemente, porque se desalinearon del pensamiento gubernamental de turno; cuando un buen proceso de acreditación, al final, es una ayuda para cumplir requisitos mínimos que sirvan de soporte para llegar a la excelencia institucional de una universidad.
Está evidenciado que el financiamiento del sector universitario tiende a ser atendido -sin dificultades- cuando la economía del país está boyante, el problema es cuando la economía se desacelera o entra en recesión; generando, como es obvio, serias dificultades de funcionamiento cuando los recursos no llegan a tiempo. De ahí, siempre ha estado en debate y seguirán en debate las estrategias que ayudarían, sobre todo, a las universidades y escuelas politécnicas públicas y cofinanciadas a tratar de disminuir -con estrategias de autogeneración de recursos propios- la dependencia de los fondos estatales sin que la educación se vuelva una simple mercancía que se la compra y se la vende bajo las reglas del mercado vigente.
En este punto, se debe resaltar, siempre han habido posiciones diferentes sobre la división de universidades de investigación y las profesionalizantes y, también, de los programas de posgrados de investigación y profesionales; dando, con esa diferenciación, la sensación que en los espacios profesionalizantes, no se investiga y con ello llevándolas a ser considerados como de menor categoría; cuando, en la vida real, en los dos tipos de divisiones se hace investigación, eso sí, con diferente enfoque y alcance, pero igual se investiga.
A mediados de los 90 fue muy común que, muchos centros de educación superior, arrancarán operaciones en infraestructura que, en su momento, fueron casas para la residencia de familias enteras. Con el pasar del tiempo -durante la primera década de 2.000-, aquellas universidades que sí evolucionaron positivamente y, actualmente, siguen vigentes ofreciendo un buen servicio universitario, son las que, proactivamente, tomaron la decisión de invertir en una infraestructura acorde a las exigencias de un centro de educación superior; las que no lo hicieron y continuaron como universidades de garaje -hasta su desaparición-, fueron las que no invirtieron sus excedentes en la mejora de la infraestructura física más, por supuesto, todas las malas prácticas académicas que cometieron y fueron visibilizadas cuando se realizó la evaluación institucional por parte de los organismos responsables de garantizar la calidad de la educación superior ecuatoriana.
También, desde el mediados de los 90, hasta la actualidad, la tendencia de las universidades -sobre todo las privadas, no todas por supuesto- ha sido a concentrar su oferta de carreras de grado y programas de posgrado hacia aquellos ámbitos en donde no se requieren mayores inversiones en laboratorios sofisticados y en personal académico altamente especializado; lo cual ha generado que aún exista un vacío a la hora de impulsar cambios hacia un modelo de la producción nacional que tenga como soporte fuerte a la formación de profesionales que empujen la ciencia y tecnología en aquellos espacios innovadores alrededor de los cuales se mueve el mundo en la actualidad, eso sí, bajo el enfoque del pensamiento y acción sistémica (PAS), interactuando, permanentemente, con las otras disciplinas científicas -como es el caso de las ciencias sociales-; ya que, en la actualidad, ante una sociedad cada día más compleja, los grandes avances, inventos y solución de problemas locales y globales son productos del trabajo inter y transdisciplinario.
Finalmente, los debates permanentes que siguen en proceso de reflexión y con deuda -muchos de ellos- en la acción, están relacionados, por ejemplo, con: a) la discusión sobre la articulación sistémica -bajo un enfoque de complementariedad- entre docencia, investigación y vinculación con colectividad; b) el trabajo interrelacionado entre educación básica, media, de tercer nivel y de posgrado; c) la interconexión cercana entre el espacio administrativo y académico de las universidades; d) las formas cómo son evaluados los docentes, considerando alternativas de evaluación que eviten chocar con la realidad de un trabajo que es, totalmente, distinto al que se realiza en otras actividades; e) el diseño de modelos de universidades que eviten estar de espaldas al conocimiento de las necesidades reales que tiene la sociedad; f) las diferencias de calidad entre las universidades públicas y privadas, nacionales e internacionales, sin tomar en cuenta que más del cincuenta por ciento del buen resultado de la educación superior depende -bajo un ejercicio de corresponsabilidad entre actores del acto educativo- de lo que haga o deje de hacer el propio estudiante; g) la utilidad de la ciencias sociales y la ciencias naturales -en cuanto a su reflexión y aplicación- ha sido motivo de lucha entre facultades, universidades y áreas que tratan de demostrar que las unas son más importantes que las otras, cuando se debería aprovechar -esa realidad- para potenciar el trabajo inter y transdisciplinario; h) las ventajas y desventajas del uso de modelos de investigación soportados en métodos cualitativos o cuantitativos, olvidándose que lo rico y potente es la mixtura de los dos; i) la diferencia entre el pensamiento crítico y el positivista como medio para explicar la posición ideológica de quienes los defienden; j) la orientación de la formación de los estudiantes que, luego de terminada la carrera, se puedan dirigir a buscar a trabajo -como empleados de otros- o, también, puedan ser capaces de emprender, por su propia cuenta, en proyectos de negocios con fines de lucro o con fines sociales; k) la calidad de la educación presencial y a distancia tradicional y aquella soportada en el uso de las tecnologías de información y comunicación (TIC). Estos son algunos de los debates pendientes más relevantes que se continúan aún y continuarán promoviendo -en el futuro- como parte de la respuesta a la pregunta ¿hacia dónde va la universidad ecuatoriana dentro de un entorno nacional y, sobre todo, global en donde las reglas del juego han cambiado y seguirán cambiando disruptivamente?
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