El tema del amor es un tema manifiesto en el mundo moderno. Sin embargo, la globalización ha hecho que la tradición ceda terreno. Por ejemplo, la tradición decía que hombres y mujeres deben casarse y tener hijos. Eso ya no se sostiene del todo e incluso hay contra discursos: las personas no necesariamente se casan; tampoco son madres o padres y las relaciones tampoco son exclusivamente entre hombre y mujer.
Los hombres y las mujeres ya no piensan que se van a emparejar con una chica/chico de un grupo específico, las relaciones están abiertas, en red y se puede tener amigos en otro continente.
En esta situación de dispersión de ideales toca a los psicoanalistas responder a la angustia en la que viven muchos sujetos: casarse o no, tener varias parejas o no. Esta búsqueda desesperada de encontrar una pareja es evidente en las redes sociales: se cree que la cantidad va a producir la calidad; en el caso de las mujeres la ecuación es, si tengo muchos contactos, entre 100 puede ser que uno resulte.
En cambio, los hombres creen que van encontrar algunas parejas que puede agradarles sexualmente, lo que no saben los hombres es que ellas -6,8,10- van a querer algo en serio aunque no lo reconozcan en primera instancia. Es decir, las mujeres y los hombres buscan cosas completamente distintas. Aquí no cabe, desde el punto de vista psicoanalítico, el ideal de la equidad entre géneros y el igualitarismo sexual. Los hombres y las mujeres buscan una cosa distinta en el otro sexo.
Estas son las premisas complicadas, conflictivas y problemáticas de la vida de hombres y mujeres hoy en día. Nada de esto se va poder arreglar con legislaciones; nada va a poder ser regulado o reglamentado. La cultura en el plano sexual, en el plano de las parejas es virtualmente un circo, y como dice Camille Paglia “en el circo no hay reglas”. Todas se someten a una especie de tensión y estiramiento.
Los psicoanalistas estamos abocados a afrontar el tratamiento de los estados del sujeto que siempre está ansioso por esta pluralidad, signo de estos tiempos.
El redimensionamiento de la soledad
Siempre un ser hablante está en soledad en relación a su deseo. Imaginariamente vemos al otro como pareja pero cada uno está de su lado y esa es la afirmación clásica del psicoanalista francés Jacques Lacan: no hay compatibilidad entre hombre y mujer; no se complementa el un sexo con el otro, no hay media naranja, los hombres y las mujeres tienen propósitos distintos.
Para el hombre el interés, generalmente, arranca en el plano sexual y, puede ser, que aparezca la dimensión amorosa. Para una mujer, a más del deseo sexual siempre hay una dimensión del amor. Los hombres pueden ser enamorados pero son las mujeres las que suscitan el amor, a veces de forma imperceptible.
Lo que ha empezado a ocurrir es que esa especie de interconexión es muy amplia y esa amplitud al mismo tiempo hace fluir la cantidad y hace más difícil la elección, la apuesta, porque tanto hombres como mujeres le apuestan a una relación, nunca están enteramente seguros.
Entonces, cuantitativamente estamos desbordados, pero en términos cualitativos creo que hay un retroceso. Entre la imagen de la pantalla y la real se produce una sorpresa, que puede ser incluso desagradable. En la conexión a distancia, alguien puede decir que es soltero cuando en realidad tiene dos parejas y cuatro hijos.
En los tiempos de la dimensión virtual del amor, lejos de disminuir aumentará la angustia.
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