En la Historia Universal de la Infamia, Jorge Luis Borges relata la historia del impostor inverosímil Tom Castro, en realidad Arthur Orton, nacido en Wapping, hijo de un carnicero, que conoció la miseria insípida de los barrios bajos de Londres. Orton, sostiene Borges, huyó de su deplorable suburbio rumbo a la mar hasta lograr desertar en el puerto de Valparaíso, al contemplar la Cruz del Sur.
Era persona de una sosegada idiotez, sostiene Borges. Lógicamente, hubiera podido (y debido) morirse de hambre, pero su confusa jovialidad, su permanente sonrisa y su mansedumbre infinita le conciliaron el favor de cierta familia de Castro, la tercera ciudad más antigua de Chile. Desapareció sin dejar rastro, pero reapareció años después en Australia con ese nombre adoptado: Tom Castro. Nada trascendente hasta ahora, hasta que conoció a Bogle.
Orton lo vio un atardecer en una desmantelada esquina de Sydney, creándose decisión para sortear la imaginaria muerte, sostiene Borges. Al rato largo de mirarlo le ofreció el brazo y atravesaron asombrados los dos la calle inofensiva. Desde ese instante de un atardecer ya difunto, un protectorado se estableció: el del negro inseguro y monumental sobre el obeso tarambana de Wapping.
En esos mismos años había naufragado en aguas del Atlántico el vapor Mermaid, procedente de Río de Janeiro, con rumbo a Liverpool. Ahí pereció Roger Charles Tichborne, militar inglés criado en Francia, que hablaba inglés con el más fino acento de París, sostiene Borges, y despertaba ese incomparable rencor que solo causan la inteligencia, la gracia y la pedantería francesas.
Lady Tichborne, la madre de Roger, nunca creyó en su muerte y dedicó su vida a publicar avisos en los diarios de más amplia circulación para hallarlo. Y lo halló, luego de que uno de esos avisos cayera en manos de Bogle quien imaginó un plan bastante audaz y, por lo tanto, verosímil: hacer pasar a Tom Castro por Tichborne, un un esbelto caballero de aire envainado, con los rasgos agudos, la tez morena, el pelo negro y lacio, los ojos vivos y la palabra de una precisión ya molesta, según la descripción de Borges. Orton, sostiene Borges, era un palurdo desbordante, de vasto abdomen, rasgos de una infinita vaguedad, cutis que tiraba a pecoso, pelo ensortijado castaño, ojos dormilones y conversación ausente o borrosa.
Tras un intercambio epistolar entre Tom Castro y Lady Tichborne, Bogle halló las pistas para documentar su infamia y hacer de Tom Castro un Roger Charles Tichborne. Tras la muerte de Lady Tichborne sus parientes iniciaron un juicio contra el impostor bajo la acusación de usurpación de estado civil. Bogle recurrió a astutas artimañas para ayudarlo e hizo creer al público, a las gentes buenas, que todas las acusaciones de fraude contra Tom Castro eran parte de una conspiración de los jesuitas, hasta que murió en un accidente.
Tom Castro, sin su protector, ya no se pudo defender por sí solo y fue condenado a 14 años de trabajos forzados.
Nicolás Maduro acaba de posesionarse como presidente de Venezuela bajo el amparo de una vieja dictadura de América Latina, el Bogle de la historia de Borges. Y el Tom Castro de la historia de Borges ha sido reconocido por todas las democracias como un usurpador, más que un impostor, pero deseará mantenerse en el poder hasta que la justicia lo condene a muchos más años de trabajos forzados, por ser lo que es, un usurpador de la Democracia de Venezuela y del sueño de millones de venezolanos. Un dictador festejado por muchos puertas adentro en Ecuador como un progresista y un humanista. Ni siquiera merecerá entrar en la Historia Universal de la Infamia.
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