Anschluss quizá nos suena como un estornudo prolongado, pero en el idioma alemán es una expresión con peso. Significa unión. La palabra se hizo mundialmente famosa el 12 de marzo de 1938 cuando Adolf Hitler convirtió a Austria en una provincia del III Reich y de esta forma demostró que no cada unión es un acto voluntario. Tampoco positivo.
Tres meses más tarde empezó el mundial de Francia. Los futuros ocupadores del país, los alemanes, estaban en la lista de los invitados y querían mostrar que su proclamada superioridad racial abarcaba también las canchas deportivas.
Hoy en día las realidades son muy distintas, pero en los años 30 del siglo pasado Alemania, prácticamente, no existía en el mapa futbolístico. En cambio, Austria era una potencia de primera. Su selección maravillaba y así la llamaban: wunderteam, lo que quiere decir equipo maravilla. Su modelo anunció el fútbol total con el que los holandeses revolucionaron el juego, en los 70.
No sería exagerado decir que este equipo austriaco merecía ser el campeón del mundo, pero no lo logró porque en dos ocasiones fue victimizado por el fascismo. En 1934, Mussolini le robó la gloria, y 4 años más tarde, Hitler le robó la identidad.
Así es, pasó lo más lógico después de la anexión: el III Reich se apoderó de los futbolistas austriacos para presentarse al mundial. Y lo hizo a su manera, planificando un ritual patético de incorporación.
Para dar la bienvenida a los austriacos en el equipo de la unión, las autoridades nazis organizaron un partido amistoso. Se jugó el 3 de abril de 1938, en el Estadio Prater de Viena, y lo llamaron “el partido final”. Una denominación muy explícita, de hecho. Pues luego de los 90 minutos la selección austriaca dejaba de existir. Se esperaba que los del wunderteam se dejarán vencer fácilmente para confirmar su compromiso con la nueva realidad. Hasta se rumoraba que recibieron la consigna de no marcar ni un gol en el arco alemán.
Austria no solo ganó 2 a 0, sino que su máxima figura, Matthias Sindelar, autor de un tanto, desafió a la elite nazi, festejando los goles con un baile frente al palco de Hitler.
Luego la vida de nuevo se ajustó al guion. Siete jugadores del wunderteam vistieron la casaca alemana para ir a Francia en donde, entre paréntesis, tuvieron una pésima presentación.
El capitán de los austriacos, Walter Nausch, se fugó a Suiza porque el nuevo régimen le insistía que se divorcie de su esposa judía. Mientras la estrella del equipo, Matthias Sindelar, el mejor jugador austriaco de todos los tiempos, sin muchas vueltas se negó a jugar para Hitler.
Y aquí empieza la leyenda. Se dice que tenía algunas gotas de sangre judía. Se dice que estaba fiel a la idea social-demócrata. Se dice que destrozaron una cafetería suya. Se dice que la Gestapo (la policía secreta nazi) lo consideraba enemigo del régimen, lo perseguían y le imposibilitaban jugar o trabajar. Se dice que el mismo Führer, Adolf Hitler, lo condenó a muerte por aquel baile burlón. Se dice que fue el primer mártir del fútbol.
Siempre se dicen muchas cosas. Más aún sobre las personas públicas. No obstante, lo que reconfirma con seguridad el dossier de Sindelar es que nació el 10 de febrero de 1903, en Kozlov (República Checa hoy, entonces parte del imperio austro-húngaro). Proviene de una familia humilde de origen checo. Sus padres eran católicos devotos. Luego la familia se mudó a Viena. Ahí Sindelar inicio su camino futbolero en el FK Austria Viena donde metió 600 goles y se quedó hasta el final de su carrera, a pesar del interés de Manchester United. Con la selección austriaca registró 11 partidos, 26 goles y un cuarto lugar en el mundial de 1934.
El 23 de enero de 1939, al visitar la casa de su amigo, el político Gustav Hartmann encontró la puerta cerrada y sintió un fuerte olor a gas. Forzó la entrada y vio, en la cama, al cadáver de Matthias Sindelar junto a Camila Castagnola, su novia desde hace apenas diez días. Ella aún agonizaba, murió un poco después de la llegada de Hartmann.
En ambos casos se trataba de inhalación de monóxido de carbono.Toda Viena se conmovió por lo sucedido. Más de 40 mil personas acudieron al funeral en el famoso cementerio de Zentralfriedhof. Ahí enterraron a uno de los poetas del fútbol, junto a Beethoven, Strauss y Mozart. Nunca se aclaró si su muerte fue casual o provocada.
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