El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, con el 55,1 por ciento de votos al 100 por cientos de votos escrutados, debe ser entendido primero como una evidencia del cansancio y hastío de una sociedad como la brasileña hacia la corrupción instalada en las instituciones públicas y privadas de ese país durante los años que gobernó el Partido de los Trabajadores de Luiz Inacio Lula da Silva y luego con Dilma Rousseff. El mismo cansancio y hastío que existía en otros países de la región dominados por el llamado socialismo del siglo XXI.
Pero, por otro lado, si uno analiza al candidato, su discurso y el estrato de dónde viene Bolsonaro, un excapitán del Ejército de las Fuerzas Armadas, podemos concluir que era la única carta posible para derrotar al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, ministro durante las presidencias de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff.
En Brasil, además, no tiene nada negativo que un exmilitar entre en la política, solo que del otro lado se intentó posicionar como el regreso de las dictaduras. Pero no son militares en servicio activo los que participan en la política, hay como 50 exmilitares que entraron como congresistas.
En el panorama político brasileño no había otro candidato capaz de enfrentar al nominado por Lula. No había otra persona, político o líder gremial, que pudiera traducir los afanes, sentimientos, ideales de una sociedad ansiosa por tener un presidente que prometa una lucha frontal contra la corrupción. Brasil buscaba desesperadamente un buen estadista, un hombre conocido y con experiencia, un demócrata, un hombre que ame la libertad y la democracia. Y pese a todo lo que se ha dicho, Bolsonaro se ha reconocido como un demócrata que ama la libertad, pero también ha dicho que admira a Donald Trump.
Bolsonaro por ahora es un signo de interrogación muy grande porque ha dicho muchas cosas durante la campaña y luego del triunfo electoral. Un signo de interrogación en un país como Brasil, que todavía no es del primer mundo pero ya es una potencia poblacional, territorial, con recursos extraordinarios y con mucha historia.
Sin bien Bolsonaro habló sobre cosas que pueden ser políticamente incorrectas, también dijo muchas que el pueblo brasileño deseaba escuchar, sobre todo el de la lucha contra la corrupción. Además, es un evangélico y el pueblo brasileño es muy cristiano, con costumbres bastante arraigadas. Su discurso sobre la familia, el matrimonio, las libertadas, los derechos terminó por calar en la sociedad, entre los votantes. Impactó como en su momento lo hizo el discurso de Hugo Chávez que atrajo a muchos líderes de América Latina, como Lula en Brasil; Kirchner en Argentina; Correa en Ecuador; Ortega en Nicaragua; Morales en Bolivia, aparte de los hermanos Castro en Cuba.
Todos de una izquierda populista que ahora son desplazados del escenario político regional. Del socialismo del siglo XXI, que nació bajo la sombra de Hugo Chávez, no queda absolutamente nada, tan solo la etiqueta de la corrupción sobre su frente. En el caso brasileño, tenemos a Lula preso, condenado por corrupción; en Argentina la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner y su círculo íntimo son procesados por corrupción.
Lula no pudo ser candidato, pese a tener un amplio respaldo, precisamente por el tema de la corrupción. El triunfo de Bolsonaro también es un fuerte revés para todos esos líderes que se cobijaron bajo la sombra de Chávez.
Con Bolsonaro en el poder, en el país más grande de América del Sur, se marca definitivamente la oscilación del péndulo hacia la derecha en la región. Ahora de forma más intensa, por todo lo que representa Brasil, un país que solo no comparte fronteras con Ecuador y Chile. El mapa geopolítico cambió, pero las relaciones comerciales o diplomáticas no se van a alterar en nada.
En el ánimo electoral de los brasileños pesó mucho el hecho de ver a Lula preso por corrupción. Ese hecho cambió radicalmente el panorama político. Fue algo inédito en las campañas electorales de Brasil. Un expresidente todavía con una alta aceptación en la cárcel y sin poder ser candidato.
El resultado está ahí. Ahora es de esperar que Bolsonaro pueda rodearse por gente calificada, honesta y bien intencionada. Necesita gente inteligente que ayude a sacar del estancamiento económico y moral a Brasil, por todo lo que ha significado la corrupción.
Bolsonaro debe saber ya que necesita andar con mucho cuidado en el manejo económico, al margen de cualquier discurso nacionalista o de expropiación porque ahí están todas las empresas del mundo. Si a la economía le va mal a cualquier político le irá mal, por más carismático que pudiera parecer.
Las empresas multinacionales no pueden parar sus inversiones, pero tampoco pueden permitir que por una eventual crisis económica en Brasil las cotizaciones de sus acciones en la Bolsa se vean afectadas. Son empresas que cotizan en las principales Bolsas del mundo y si no hay un buen ambiente de negocios de seguro tomarán medidas radicales. El manejo de la economía será clave para Bolsonaro, porque no puede darse el lujo de improvisar.
Brasil es un país que tiene mucho peso en América Latina y para la economía de Ecuador también tiene mucha importancia. Brasil puede arrastrar al resto de economías de la región ya sea para adelante o para atrás.
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