Frente a algunos hechos de corrupción, violencia o tráfico ilegal que contaron con un comportamiento cuestionable y cómplice de las autoridades de control, queda espacio para indagar cómo es transmitida la información. La sociedad ecuatoriana no sale del asombro al conocer, día a día, las sutiles formas de evadir la ley, pero también sorprende que los ciudadanos no reciban el fruto de procesos continuos y bien documentados del trabajo periodístico.
Es ya una premisa generalmente aceptada que la calidad de la democracia está en función, entre otras variables, de las libertades de expresión y de prensa, éstas cumplen roles fundamentales en la construcción de las naciones porque alimentan a la opinión pública, facilitan acuerdos y ayudan a determinar prioridades en las agendas políticas, pero ¿Qué ocurre cuando no hay un flujo transparente de información a través de los medios de comunicación?
El resultado es el deterioro de la calidad de vida. Una inequitativa distribución de los recursos y fundamentalmente una depreciación de la función esencial del periodismo que, aunque parezca una utopía, es la búsqueda de la verdad. Desde esta perspectiva no hay un ejercicio amplio del periodismo democrático, aquel que en atención a las normas profesionales y deontológicas contribuye a una exposición serena, razonada y bien fundamentada de los hechos, en donde a además de indagar en fuentes verificables procura servir a la sociedad.
Sin embargo, y más allá de una visión idealista, hay condiciones que llevan a limitar el ejercicio periodístico, entre ellas los atentados, la precariedad económica y ciertas normas que devienen en persecuciones. Por otro lado, están las tecnologías de la información que permiten la relación a través de las redes sociales, con ellas los usuarios reportar con inmediatez los acontecimientos, aunque también configuran las “fake news”, relejando la verdad a la cantidad de repeticiones que un comentario reciba en Twitter o Facebook, aunque no tenga sólidas bases.
El futuro del periodismo estaría en recuperar un papel acorde a sus fundamentos, un periodismo que se defina, sin ser un pleonasmo, como democrático. Si hasta hace poco el debate fue evitar que la farándula y el sensacionalismo llenen los espacios de noticias, el reto ahora será ocupar las páginas y pantallas con hechos verificados, con historias que den más cabida a los protagonistas desde sus propias vivencias, para construir sociedades pluralistas, tolerantes y mejor informadas.
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