Al menos que exista una gran sorpresa, el candidato para presidente de Brasil más votado en la primera vuelta será Jair Bolsonaro, candidato por el Partido Social Liberal. Con 35% de intención de votos en el último mes, las cifras no lo favorecen para ganar en primera vuelta, para lo cual necesitaría tener 50%+1 de los votos. Sin embargo, la última encuesta apunta a Bolsonaro con una tendencia de crecimiento.
El candidato de 63 años, capitán retirado y diputado, aprovechó las ventajas que ha podido sacar a su seguro contrincante, Fernando Haddad, quien tuvo un periodo de campaña muy acortado porque el expresidente Lula da Silva, su co-partidario, era el aspirante oficial. Haddad ni siquiera era considerado para entrevistas porque formalmente no era el candidato hasta hace tres semanas. Aun así, gracias a la popularidad de Lula y a los largos anuncios de televisión de su partido, Haddad está en segundo lugar, con 25% de los votos válidos.
¿A qué apunta la candidatura de Jair Bolsonaro? Es difícil hablar de sus planes y programas porque, en sus 27 años como asambleísta, no ha participado en la aprobación de muchas leyes. Prácticamente, no hay proyectos suyos que hayan sido aprobados en el Legislativo, salvo dos o tres. Cuando se le ha preguntado sobre temas de economía, salud, educación o transporte, el candidato admite no conocerlos.El presidente, argumenta, no necesita entender de todo
Sin embargo, su discurso ha calado.
Bolsonaro tiene formación en el ejército y ha mantenido su discurso de apoyo a la dictadura brasileña. Aunque hoy presente un discurso liberal en la dimensión económica, Bolsonaro ya declaró en el pasado ver con buenos ojos otras dictaduras que se implementaron en América del Sur, incluso la de Hugo Chávez, porque para Bolsonaro era un hombre fuerte, exactamente lo que necesita un régimen dictatorial.
El candidato ultraderechista no ha ocultado su admiración por los sistemas de concentración de poder, siempre celebrando el Chile de Pinochet. Para el capitán, la concentración del poder permite ejecutar un plan nacional sin preocupación por los derechos humanos.
Por todo lo que se conoce de psicología política, el contexto brasileño contribuye a la popularidad de un candidato como Bolsonaro, que propone un discurso más extremo. Aunque se vivieran años de fuerte crecimiento entre 2004 y 2011, Brasil hoy vive una crisis económica de muchos años, lo que resultó en índices históricos de desempleo y un aumento de la violencia. La desindustrialización del país también implica en desigualdad económica, especialmente en las grandes ciudades.
El desempleo y la violencia crean anhelo de tener un líder fuerte para combatir los problemas. La desigualdad motiva las clases altas a aceptar políticas truculentas de desarrollo o seguridad, sin importar las consecuencias que eso trae para las clases pobres o minorías. Bolsonaro considera que nada se cambia en un país a no ser por la fuerza de las armas y que la violencia es la forma de combatir la criminalidad. Defiende la posibilidad de que un policía dispare antes de preguntar, al mismo tiempo que defiende la liberación del uso de armas de fuego para la población.
Esa violencia no se restringe todavía al ámbito económico o de seguridad; se extiende también a temas más sensibles como la diversidad sexual. Bolsonaro considera, por ejemplo, que la homosexualidad se debe corregir a través de la violencia.
En una sociedad en crisis económica, política y moral como la brasileña hay una tendencia a buscar soluciones rápidas. Bolsonaro es nostalgia, pero una nostalgia de la dictadura, cuando Brasil tenía un sostenido crecimiento económico y también la percepción de que se tenía un país más seguro, pese a que las cifras de homicidios per cápita no corroboran esa percepción.
Desde ese punto de vista, Haddad también es nostalgia. La solución simplificada de Haddad es un retorno al gobierno de Lula (2003-2010) cuando la economía crecía, especialmente para los más pobres y humildes (pero también para los súper-ricos). De hecho, la campaña de Haddad es pura nostalgia, y se intitula “pueblo feliz una vez más”.
Haciendo uso de esta nostalgia, ambos bandos se han acusado de lo mismo: buscar una dictadura.
Se acusa que Haddad creará, si victorioso, una dictadura de izquierda comunista con el consecuente fracaso igual que en Venezuela. En cambio, se acusa que Bolsonaro creará una dictadura de derecha, al estilo brasileño de los años 1960 y 1970, con la supresión de derechos y la voz de las clases más pobres y minorías.
Los votantes de Haddad se defienden argumentando que, en sus 12 años en el poder, el Partido de los Trabajadores no tomó ningún paso en la dirección de generar una dictadura; al contrario, fortaleció las instituciones de justicia. Los votantes de Jair Bolsonaro no siempre defienden la democracia; a veces hacen apologías a la dictadura brasileña de los años 1970, argumentando que la misma logró el crecimiento económico con un mínimo de violencia.
Los candidatos lideran las encuestas de la primera vuelta. Sin embargo, los dos candidatos también lideran, según las mismas encuestas, los índices de rechazo. Así, se va confirmando que Haddad y Bolsonaro disputarán la segunda vuelta, Brasil tendrá un grave problema: cualquiera que sea el vencedor, será aceptado por una minoría de la población. En la jerga de los politólogos, ninguno de los dos tendrá legitimidad.
Las encuestas sugieren hoy que ambos candidatos tienen posibilidades semejantes de vencer en la segunda vuelta. Sin embargo, algunos analistas políticos creen que Bolsonaro tiene una ventaja importante, una vez que puede atacar el histórico del partido de Haddad en los debates. Haddad no tiene la misma oportunidad, pues el partido de Bolsonaro no ha estado en el poder. Aunque Bolsonaro y su partido han votado en favor de muchas leyes impopulares, eso no es tan importante o tan visible para la sociedad brasileña en este momento como la corrupción, la crisis económica y la violencia.
Bolsonaro puede tener otras ventajas. Haddad contó con mayor tiempo de televisión en la campaña anterior a la primera vuelta, gracias al hecho de que su coalición de partidos tiene más asientos en la asamblea nacional que la de Bolsonaro. En la segunda vuelta, los tiempos son iguales por ley. Además, Bolsonaro fue víctima de un atentado contra su vida, lo que analistas apuntan como algo que atrae la empatía de electores indecisos.
Añadiendo leña al fuego, Bolsonaro ha declarado que no piensa posible perder las elecciones sino por fraude. Cómo analistas nacionales y extranjeros, así como los partidos políticos en general han ratificado la fiabilidad del sistema brasileño de urnas electrónicas, esa declaración indica para muchos una amenaza implícita de golpe de Estado en caso que Haddad gane las elecciones.
Por su parte, Michel Temer, el actual presidente, no habla mucho de ninguno de los dos candidatos. Bolsonaro y su partido han votado a favor de las medidas más controversiales del actual presidente, y algunos analistas sostienen que la continuidad de Temer estaría más segura con Bolsonaro que con Haddad. Pero la percepción de la mayoría de los votantes es que Temer y todo de malo que causó es culpa del partido de Haddad, quién lo seleccionó como vicepresidente de Dilma en 2010 y 2014.
Lo que sí es real es que ambos candidatos necesitarán del apoyo del llamado “Centrão”: los partidos de centro o sin ideología definida que dominan la vida política brasileña pues aceptan trabajar para cualquier presidente a cambio de recursos, ministerios, coimas. Si son electos con bajo apoyo, Haddad o Bolsonaro necesitarán del apoyo del Centrão, que incluye a Temer y su partido.
No parece haber una manera de evitar esa danza macabra. Ciro Gomes, el candidato que actualmente ocupa la tercera posición con 12-15% de las intenciones de voto, es apuntado en las encuestas como el favorito en una segunda vuelta—si alcanzaría a llegar. Con una carrera política de muchos logros y ningún escándalo de corrupción, Ciro Gomes sería el candidato ideal para no solamente ganar las elecciones, sino también para reducir la polarización que actualmente divide el país. Sin embargo, su destino parece ser el mismo de Bernie Sanders, así como el destino de Brasil parece imitar el de los Estados Unidos.
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