Nadie podría negar su grandeza en el fútbol, con mano de Dios incluida, porque los latinoamericanos siempre fuimos a Argentina antes que a Inglaterra. Hizo del fútbol un espectáculo, fue protagonista de jugadas maravillosas y únicas. Fue grande en la cancha, pero un día tuvo que salir para enfrentar un mundo que no conocía, un mundo del que huyó muy temprano cuando tenía lo justo para comer y entrenarse.
El mundo al que nunca quiso volver, porque su mundo era la cancha y la cancha lo expulsó como expulsa a todos los atletas de élite e intentó rebelarse primero y reivindicarse después; rebelarse en las drogas y en una especie de guerra con la non sancta dirigencia de la FIFA, como el tiempo y el FIFA Gate demostró después. Reivindicarse pretendiendo ser lo que nunca fue, un director técnico de sus equipos primero y de Argentina después.
Sus fracasos lo llevaron a buscar otro tipo de protagonismo, el político, con respaldos públicos y vergonzosos a la dictadura de los Castro, Hugo Chávez y de Nicolás Maduro últimamente, pese a llevar la vida de un jeque árabe gracias al apoyo de los petrodólares. Bailó sobre los muertos de Venezuela, para después irse tranquilo, con un contrato de Telesur, a seguir su dispendiosa vida.
Sus fracasos lo han ido alejando de las canchas. Nadie en su sano juicio lo imagina como DT de Argentina nuevamente, porque hasta ahora pretende elevarse como su salvador, el hombre capaz de devolverle el brillo a una selección que ha ido opacándose, pese a la calidad de sus jugadores, tal vez por la calidad de su dirigencia.
Antes su bronca era contra el mundo, puertas para afuera, ahora parece que vive su bronca contra él, porque su imagen mediática todavía se lo permite. Más que el triunfo la clasificación de Argentina ante Nigeria a octavos del Mundial de Rusia lo que dio la vuelta al mundo es su imagen levantando los dedos medios de sus dos manos, ¿a quién? Y su salida a rastras de su palco del estadio Krestovski de San Petersburgo.
¿Y por qué no entenderlo? Maradona es víctima de su ego, de su ambición de poder y dinero. Ninguna de las imágenes de sus actos, hasta de esos inhalando coca, podrán superar a esas en las que baila sobre los muertos en Venezuela. Porque, al parecer, solo le interesa cómo hacer dinero para mantener su dispendiosa vida.
Ya no lo puede hacer en el fútbol profesional. Salió de Argentina en busca de los petrodólares. Antes del Mundial fue expulsado de los Emiratos Arabes Unidos tras su fracaso como técnico en el Al Fujairah. De ahí fue a Venezuela luego de ser confirmado como el nuevo presidente de la junta del club Dinamo Brest de la primera división de Bielorrusia. Su función será nada más y nada menos que hacerse cargo del área deportiva del club, incluyendo la de desarrollo estratégico y la academia infantil.
Bielorrusia es una exrepública soviética gobernada durante el último cuarto de siglo por Aleksander Lukashenko, que concentra todo el poder y es conocido como el último dictador de Europa. Son los espacios en los que Maradona ha mostrado sentirse cómodo, aparte de los palcos donde quiere ser Dios, porque las dictaduras permiten los excesos de quienes nunca cuestionan nada y viven de clichés. Y no solo lo permiten, también los financian por un poco de atención mediática. Ecuador fue testigo presencial de eso en la última década.
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