Duro, directo, avasallante, nada diplomático. Es el estilo del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a la hora de tratar con otros países o bloques comerciales y presionar para sentarlos a la mesa de negociación ya sea en temas económicos o en asuntos espinosos de la geopolítica mundial.
Trump, un exitoso empresario privado, ha implantado en la Casa Blanca el mismo estilo duro que tan buenos resultados le ha dado en su trayectoria de hombre de negocios. El caso de Corea del Norte es paradigmático: luego de varios meses de un intercambio de amenazas guerreristas, hoy mismo está previsto un encuentro con Kim Jong-un en Singapur. Un hecho histórico, nada menos que el inicio del deshielo tras 60 años de ‘guerra fría’. Previamente, el líder norcoreano se reunió con su par de Corea del Sur, Mon Jae-in, y ha dado inicio al desmantelamiento de una parte de su arsenal nuclear.
De igual modo, aunque sin vientos de guerra de por medio, Estados Unidos emprendió una negociación de aranceles con China, logrando una notable mejora para el acceso de sus productos a la nación asiática.
Con la misma firmeza, durante un mitin político realizado hace pocas semanas en el estado de Michigan, el presidente anunció su intención de cerrar la frontera con México. Allí volvió a asegurar que el país necesita tener una frontera fuerte y advirtió que la cerrará si no se logra la seguridad necesaria.
El ultimátum de que Estados Unidos podría salirse del TLCAN sería un amago para apresurar la renegociación. El convenio no puede desaparecer así sin más, pues hay muchos intereses de por medio: inversiones norteamericanas en Canadá y México, lo mismo de esos países en EEUU.
Cierto es que un ofrecimiento de campaña fue construir un muro para bloquear el ingreso de la migración ilegal y es muy probable que logre que el Congreso apruebe los fondos para edificarlo, pero cerrar la frontera es muy distinto. Ahí encontrará resistencia no solo en el legislativo sino en los poderosísimos entes privados de EEUU.
Más bien la amenaza tendría que ver con los efectos que sufrió la industria manufacturera norteamericana debido al ingreso de productos mexicanos, por cuanto, en forma indirecta, el decrecimiento de la entrada de manufactura estadounidense en México, ha ocasionado que -por default- sus exportaciones aumenten hacia los Estados Unidos.
Visto así, la advertencia de Trump se enfoca hacia los productos mexicanos manufacturados que ingresan a mejores precios, apalancados en la reducción de aranceles contemplada en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Él quiere renegociar ese acuerdo con el fin de proteger el ramo industrial de su país y, en consecuencia, mantener los niveles de empleo.
Incluso el ultimátum de que Estados Unidos podría salirse del Tratado sería un amago para apresurar la renegociación, pues el convenio no puede desaparecer así sin más, en vista de que hay muchos intereses de por medio: inversiones norteamericanas en Canadá y México, lo mismo de esos países en EEUU.
En la OMC existen compromisos que fijan techos consolidados. Ni siquiera EEUU puede ir en contra de esos acuerdos. Cualquier intento de poner aranceles por encima de los techos tiene que apelar a salvaguardias o medidas de protección nacional.
El TLCAN de alguna forma ha interrelacionado y fortalecido el comercio internacional entre los tres países, de ahí que cortar, vía cierre de frontera, los clusters que se han desarrollado, las líneas productivas y el encadenamiento que se ha generado, será muy difícil.
Ante esa perspectiva, el camino correcto es que los tres gobiernos negocien y acuerden flexibilizar algunas condiciones para que el sector manufacturero de Estados Unidos deje de estar en una posición de inferioridad ante las ventajas comparativas y competitivas que pueden tener los otros países, especialmente México, por los costos de mano de obra.
Por estos días Trump ha resuelto imponer aranceles del 25% a las importaciones de acero y 10% al aluminio de algunos países, a fin de proteger la industria estadounidense. Eso desató reacciones de protesta sobre todo en la Unión Europea; otro gran afectado es China. Habrá que esperar un poco para ver si las naciones perjudicadas plantean medidas en represalia, aunque llegar a esa situación no conviene a nadie.
Este es un asunto que le compete a la Organización Mundial de Comercio (OMC), donde existen compromisos que establecen techos consolidados. Ningún país, ni siquiera EEUU, puede ir en contra de esos acuerdos. Cualquier intento de poner aranceles por encima de los techos tiene que apelar a salvaguardias o medidas de protección nacional.
El empresario exitoso que llegó a la Casa Blanca hace un año y medio ha puesto su impronta de plantar cara, en forma contundente, a cualquier tipo de amenazas contra los intereses y la seguridad de su nación.
Por esa razón es muy probable que en el corto plazo se abran negociaciones entre China, la Unión Europea y Estados Unidos a fin de concertar las condiciones de acceso de sus productos en términos de reducciones arancelarias y flexibilización. Puntualmente, en el caso de China, la administración Trump exige el cumplimiento de temas de propiedad intelectual.
A diferencia de quienes sostienen que el mundo se halla ante una inminente guerra comercial, considero muy difícil llegar a ese escenario porque, distinto a lo que pasaba en los años 30 y 40 del siglo pasado, hoy existe la OMC, un organismo supranacional que define las reglas de juego a través de acuerdos aplicados e incluidos en las legislaciones de los países.
Entonces hay compromisos y responsabilidades asumidas, con plenas garantías para facilitar y mantener un comercio más libre, más justo, sin discriminaciones. Por tanto, si EEUU insiste en su campaña de aumentar aranceles lo que recibirá es una avalancha de demandas en la OMC, no solo por parte de China y la UE sino de otros países, que al encontrar un veredicto a favor de los demandantes, tendrían vía libre para aplicar medidas de retaliación. Entonces sí, la industria manufacturera estadounidense estará seriamente amenazada.
Y Trump ha dado claras señales de no ser un animal político aislacionista, sino más bien es un gobernante que busca reivindicar los valores y los principios de su país recurriendo a su estilo de liderazgo fuerte, directo, que lo caracteriza. Ya hemos visto que al ceder la contraparte, él también cede. El empresario exitoso que llegó a la Casa Blanca hace un año y medio ha puesto su impronta de plantar cara, en forma contundente, a cualquier tipo de amenazas contra los intereses y la seguridad de Estados Unidos.
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