Con un vestido diseñado por la británica Clare Waight Keller para Givenchy, Meghan Markle, de 36 años, entró en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor sola. La princesa americana, con una larga trayectoria de activismo por la igualdad de género, no fue entregada por nadie. Su padre estaba convaleciente tras una operación de corazón al otro lado del atlántico.
La boda del príncipe Enrique -de 33 años, sexto en el orden de sucesión, el menor de los hijos del heredero al trono y la fallecida Diana de Gales- con la popular estadounidense supuso la culminación del proceso de modernización de la monarquía británica que tan magistralmente llevan años orquestando los nietos de la reina Isabel II, según El País.
En Windsor, según El País, se han casado dos mundos. La boda, seguida en televisión por una audiencia global de millones, retrató a una monarquía más inclusiva y conectada con un Reino Unido multicultural.
Ataviado con su uniforme de gala militar, Enrique aguardaba al lado de su hermano a su prometida.
Proyectada en las pantallas gigantes colocadas en las afueras del castillo, la sonrisa de Enrique, el otrora príncipe rebelde convertido en uno de los royals más queridos, desató una ovación en las calles de Windsor. No menos vítores suscitaba la recurrente imagen de la madre de Markle, Doria Ragland, 61 años, afroamericana, instructora de yoga y trabajadora social, sola en su banco secándose las lágrimas de emoción. Ragland, descendiente de esclavos, se sentó enfrente de la reina.
“Estás impresionante, absolutamente maravillosa”, dijo Enrique a Meghan, según los lectores de labios de los tabloides.
Windsor fue una fiesta. Los trenes derramaban ríos de gente, llegados de todos los rincones del país, desde primera hora de la mañana. Banderitas, camisetas, personajes con disfraces que buscaban su minuto de gloria inmortalizado por televisiones de todo el mundo. Una boda real más. Todo era igual. Pero también todo era distinto.
Tres pastores anglicanos se repartieron el trabajo en la capilla. La ceremonia tradicional fue conducida por el deán de Windsor David Conner. El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, oficio los votos matrimoniales. Y Michael Curry, de Chicago, el primer obispo afroamericano en lo más alto de la iglesia Episcopal, fue el encargado de subrayar la relación trasatlántica.
El reverendo Curry se convirtió en una estrella inesperada de la ceremonia, con un larguísimo sermón donde citó a Martin Luther King y leyó en una tablet mencionando por primera vez en una boda real a Facebook e Instagram. Su apasionada gesticulación contrastaba con la tradicional sobriedad británica, provocando aplausos y risas entre la multitud que seguía la ceremonia en las pantallas gigantes, y que interpretaba la cara inexpresiva de Isabel II en los primeros planos como un signo de perplejidad. La canción Stand by me siguió al sermón de Curry. El coro de góspel y la contundente voz del predicador negro retumbaron en las milenarias piedras del castillo, según El País.
Como estaba previsto, Meghan Markle, con una sólida trayectoria de activismo por la igualdad de género, no juró “obedecer” al príncipe. Ambos, en cambio, se juraron “amar, consolar, honrar y proteger” mutuamente.
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