Con el portugués a hombros, el Real Madrid salió de Turín a un paso de la semifinal de la Champions. Lo hizo a lo grande, porque solo a lo grande se puede golear a la Juve en un estadio en el que solo había perdido en seis de 178 partidos oficiales. El Madrid dejó en la lona a un hidalgo rival al que fundió las neuronas en las dos áreas.
Gianluigi Buffon quedó tendido en el piso. Zinedine Zidane, atónito, se agarró la cabeza. Los propios hinchas de la Juventus comenzaron a aplaudir. Fue un instante, una explosión, la certeza de que acababan de ver una obra de arte. Y no se equivocaban: el segundo gol del duelo entre la Vecchia Signora y el Real Madrid fue de otro planeta.
Ramos —que se perderá la vuelta por sanción—, Varane y Navas fueron las perchas madridistas. En un partido de puertas abiertas, cuando la Juve aún tuvo credo pese al 0-1 de Cristiano, la zaga del Real Madrid también se impuso en los asaltos capitales. Tras fajarse en el cuerpo a cuerpo, el cuadro de Zidane enhebró de nuevo a Cristiano. Mientras el genial delantero brindaba por el que será uno de sus goles testamentales, la estrella contraria, Dybala, fue expulsada minutos después. Fin de partido, fin de eliminatoria.
Zidane resolvió la incógnita con retrospectiva. De entrada, Isco, una forma de rebobinar a la final de Cardiff. Con la misma tropa titular de entonces, un guiño a las cicatrices del Juventus tras la goleada en tierra galesa. Desde las alineaciones ya se advirtió un cruce de caminos. Con Isco, el Madrid envidaba por coser la pelota, por la búsqueda de rutas interiores. Con dos parejas por las orillas —De Sciglio-Douglas y Asamoah-Alex Sandro—, el cuadro italiano quería remar por las alas. Pero antes de que cada cual surcara por su zona, madrugó Cristiano.
A estas alturas de la Copa de Europa, al que es uno de los jugadores totémicos en la historia del torneo, se le dispara la cilindrada, reseña El País.
El primer instinto de Cristiano Ronaldo, el gran protagonista de la noche, fue abrir los brazos mientras se dirigía hacia uno de los córners. Pero, de repente, sintió que su gol, bah, golazo, era su mejor carta de presentación ante quienes se preguntan quién es el mejor futbolista del mundo, destaca Clarín.
Fue ahí cuando empezó a golpearse el pecho con la mano derecha y, de forma alternada, a levantar el dedo índice. “Soy el número uno, soy el mejor”, se pudo interpretar el mensaje. Breve, sí, porque apenas quedó parado al lado del banderín y se plantó con las dos manos en la cintura, sus compañeros se le tiraron encima.
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