Por estos días, la ministra de Relaciones Exteriores, María Fernanda Espinosa, protagoniza una campaña internacional en busca de apoyo a su candidatura para presidir la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) durante el 73 periodo de sesiones (septiembre 2018 – septiembre 2019).
Aparentemente todo iba bien a pesar de que sorprendió la postulación tras ciertas actuaciones polémicas de la funcionaria como el affaire Julian Assange y el respaldo a la intención del presidente venezolano, Nicolás Maduro, de colarse en la Cumbre de las Américas que se efectuará en Lima dentro de un mes pese a la decisión del gobierno peruano de retirarle la invitación, avalada por los 14 países del Grupo de Lima.
Pero surgió un contratiempo inesperado: el gobierno hondureño solicitó formalmente el retiro de la candidatura en cumplimiento de un acuerdo fechado en 2015, por el cual Honduras dio su respaldo a la candidatura del expresidente de la Corte Constitucional, Patricio Pazmiño, como juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a cambio del apoyo ecuatoriano para conseguir la Presidencia de la Asamblea General de la ONU.
Los últimos días han circulado en las redes sociales el compromiso firmado por el canciller de la época, Ricardo Patiño, y la nota diplomática en la que pide el voto por Pazmiño. Ambos documentos contradicen la afirmación de que el respaldo hondureño fue unilateral.
Los convenios internacionales son acuerdos de voluntades entre estados (no entre gobiernos pasajeros), que producen efectos. Por tanto, un incumplimiento pone en tela de duda la seriedad del Estado.
La Presidencia de la Asamblea rota entre los cinco grupos regionales de Naciones Unidas: Europa Occidental y otros estados, Europa del Este, África, Asia, y América Latina y el Caribe. Este año es el turno de América Latina y el Caribe, pero la región se presentará dividida porque Ecuador y Honduras tienen candidatos propios. Una situación deplorable.
Como antecedente, es importante señalar que históricamente el Ecuador ha estado ligado a la ONU. En 1945 fue uno de los 51 estados fundadores, entonces la delegación estuvo integrada por Camilo Ponce Enríquez y el Embajador ante el organismo fue Galo Plaza Lasso. Con los años, ambos serían presidentes de la nación.
Los más altos intereses del país deberían primar al momento de realizar los nombramientos en cargos tan delicados como el servicio exterior. Allí deben estar las personas más calificadas, no llegar a estos puestos por amistad con el gobernante de turno.
Posteriormente, el diplomático Leopoldo Benítez Vinueza llegó a ser el vigésimo octavo presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Otro compatriota, Diego Cordovez, fue subsecretario de la Organización. Como se observa, el Ecuador siempre tuvo una buena representación. Por todo eso resulta lamentable que ahora se eche a perder la seriedad de la palabra del Estado.
Sorprende que el gobierno anteponga un interés personal a la imagen del país en el contexto internacional, al parecer no se alcanza a comprender que el no honrar un acuerdo entre estados habla de la poca seriedad y profesionalismo en el manejo de las relaciones exteriores, una instancia que debe privilegiar las políticas de Estado.
Además, llama la atención el supuesto desconocimiento de la actual aspirante a la Presidencia de la ONU sobre el compromiso con Honduras, por cuanto se entiende que su antecesor, Guillaume Long, tuvo que haberle informado durante el cambio de administración. Por si fuera poco, en el gobierno pasado Espinosa fue embajadora ante el Organismo sin contar con el hecho de que tiempo atrás fue canciller de Rafael Correa, por tanto conoce la institución por dentro. Así, cuesta pensar que no lo sabía.
Últimamente, algunos traspiés en el manejo de la política exterior han puesto al Ecuador en la mira del mundo. El más reciente tiene que ver con la ratificación del apoyo al mandatario venezolano Nicolás Maduro en su intención de acudir a la Cumbre de las Américas. Esto, para nada refleja el sentir mayoritario de los ecuatorianos que quieren una verdadera democracia en la patria de Bolívar.
Tampoco es de felicitarnos que el Ecuador prefiera estar en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba) en lugar de sumarse a la posición del Grupo de Lima, en una clara ideologización de la política exterior mas no en sintonía con los intereses del país.
Eso es lo que debería primar al momento de realizar los nombramientos en cargos tan delicados como el servicio exterior. Allí deben estar las personas más calificadas, no llegar a estos puestos por amistad con el gobernante de turno. A manera de descargo vale decir que el presidente Lenín Moreno ha acertado con varios nombramientos de embajadores de carrera en algunas legaciones diplomáticas, aunque en su mayoría continúan los mismos del gobierno anterior.
Por ahora, sin correctivos de fondo a la vista, la candidatura de la canciller a la Presidencia de la Asamblea General de la OEA se ajusta bien al proverbio: “Vanidad de vanidades… todo es vanidad”.
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