La forma del agua ganó en la gala de la 90º edición de los Premios Oscar con los premios a mejor película y mejor director para Guillermo del Toro. La ceremonia fue presentada de nuevo por el humorista Jimmy Kimmel y fue la más reivindicativa de la historia. La película de Del Toro se alzó cuatro estatuillas.
Con independencia de cuantos Oscar se lleve, Guillermo del Toro forma parte desde hace muchos años de la tríada con más talento de la llamada nueva edad de oro del cine mexicano. Colegas y sin embargo amigos, Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Del Toro comparten no solo generación (los Three Amigos, como los conocen en Hollywood, nacieron en la década de los 60), sino unos inicios comunes y una productora Cha cha cha films, que ya no existe, aunque sus películas sean muy distintas.
Con el premio al mejor director, Del Toro entró en la historia y es la cuarta vez que un mexicano lo consigue en los últimos cinco años tras sus dos cuates que triunfaron en 2014, 2015 y 2016 con Gravity, Birdman y El renacido. Una hazaña inédita en otras cinematografías para la que no hay muros que valgan. En total, hasta unas horas antes de la gran fiesta del cine, 21 estatuillas.
La imagen del Festival de Cannes del año pasado con los mariachis celebrando junto a Salma Hayek, Alfonso Cuarón, Gael García Bernal, Emmanuel Lubezki y el propio Del Toro que dio la vuelta al mundo puede palidecer este 4 de marzo frente al sabor mexicano y a la celebración de una amistad, más larga que las películas, que comenzó en la década de los 80.
La relación entre el director tapatío y sus dos compadres, chilangos y un poco mayores que él, se cimentó con una serie de televisión La hora marcada, de Televisa, una especie de Twilight zone a la mexicana, en la que Cuarón y Del Toro, entonces uno ayudante de dirección y el otro dedicado a los efectos especiales, escribían y dirigían las historias junto a Emmanuel Lubezki, El Chivo, otro gran amigo y el único director de fotografía que tiene tres Oscar consecutivos, quien más tarde les presentó a Iñárritu, en sus comienzos DJ radiofónico.
Desde entonces, son inseparables, a pesar de Hollywood y la distancia: Cuarón vive en Londres, Iñárritu y Del Toro en Los Ángeles, aunque a este último le gusta decir a la prensa que vive en “cualquier lugar donde me lleve el cambio de moneda”. Su familia abandonó México para siempre en 1998, después de que el padre de Del Toro, un empresario automovilístico, fuera secuestrado durante 72 días. Se dice que otro gran amigo, el director James Cameron, le habría dado un millón de dólares para pagar el rescate.
Guillermo del Toro creció en Guadalajara, una de las grandes ciudades mexicanas en un ambiente normal, de clase media alta, pero sin muchos lujos ni ostentación (sus compañeros del Instituto de Ciencias recuerdan que llevaba unos tenis Dunlop blancos cuando estaban de moda las Nike o las Adidas). Güero, gordito (de hecho, se le ha quedado ese apodo), simpático y muy popular entre los estudiantes, era fan de Lovecraft, de los clásicos de horror de la Universal, de los relatos terroríficos en la mansión de su abuela (una gran influencia en su vida, que le practicó dos exorcismos), de la afición por el tarot de su madre y tenía mascotas extrañas (cuervos, ratones blancos), lo que ya iba conformando una personalidad quizá un tanto sombría en lo artístico, pero no en lo personal.
“El grupo dependía de su motor de la risa y de sus chistes”, ha contado un excompañero suyo, Javier Cañedo, en el periódico mexicano Reforma. “En cuarto semestre de prepa se integraron más mujeres en el aula y él y yo empezábamos conquistando, al grado que lo llamó ‘ el salón de la lujuria’. Ambos nos casamos con excompañeras de la escuela, él con Lorenza Newton”.
Las películas de los tres amigos no tienen nada en común, aunque sean muy reconocibles cada una en su estilo y mezclen, en ocasiones, grandes producciones con filmes más intimistas. Lo de Del Toro son los monstruos y los cuentos de hadas de horror (excepto La forma del agua), lo de Iñárritu, el drama, y lo de Cuarón, hacer originales géneros trillados o reinventarlos.
Los tres se consultan a menudo, aparecen en los créditos de las películas de los otros y son sus más severos jueces. “Les digo si lo que veo es basura”, dice Del Toro. “Es lo que hacen los amigos”. “Guillermo es el maestro de las maldiciones”, dice Iñárritu. “No hay película que no haga que no pase por ellos, por sus ojos y sus manos”, concede Cuarón. Una amistad que, como se decía en el viejo Hollywood, es más grande que la vida.
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