Hasta hace pocas semanas era impensable que el mundo pudiese contemplar a un grupo de atletas procedentes de dos países enfrentados desde hace 70 años, como son Corea del Norte y Corea del Sur, desfilar cobijados bajo una misma bandera. La bandera de la unificación.
La emotiva imagen se produjo durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno 2018, evento que se lleva a cabo en la ciudad surcoreana de PyeongChang, del 9 al 25 de febrero. En el pabellón destaca la península coreana en azul sobre un fondo blanco.
La participación conjunta no solo en el acto sino también en algunas disciplinas es el resultado de un acercamiento de las posiciones de ambas naciones en temas deportivos, lo cual ha dado pie para que los anfitriones cataloguen a estos Juegos como las “Olimpiadas de la paz”.
Además, no se descarta que en los encuentros previos, efectuados en el enclave de Panmounjon, localizado en la zona desmilitarizada, las delegaciones hayan explorado temas logísticos y de índole humanitaria.
La tregua alcanzada, justo cuando la espiral de tensiones entre ambos países se encontraba en el nivel más alto, evidencia que es posible lograr acuerdos con un poco de voluntad de las partes. Todo un ejemplo a seguir en probables conversaciones futuras, siempre y cuando exista el objetivo compartido de mejorar la relación bilateral.
La actitud amigable de los vecinos simboliza un importante acercamiento, aunque de ninguna manera puede ser considerada una negociación formal, porque para tener esa categoría debió haber estado presente un tercero, incluso un cuarto país, en calidad de garante.
En este marco ha sido alentadora la presencia –en el acto de inauguración- del vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, quien estuvo en el palco de autoridades con el vicepresidente surcoreano, Moon Jae-in. Y con ellos, la joven Kim Yo-jong, hermana del líder norcoreano Kim Jong-un y Kim Yong-nam, vicepresidente honorífico de Corea del Norte.
Empero, fiel a su estilo, el presidente Donald Trump dejó en claro que su administración no está dispuesta a suavizar su posición al enviar junto a Pence al padre de Otto Warmbier, el estudiante universitario estadounidense que murió el año pasado tras ser detenido y torturado en Corea del Norte. El ‘mensaje’ consiguió restar algo de brillo a la alegre ceremonia.
Pese a todo, el acercamiento bilateral permitió aproximar posturas al menos en lo deportivo. Esto permite abrigar la ilusión que es factible obtener acuerdos mínimos en otros temas que ayuden a descongelar la relación. En caso de darse negociaciones formales, necesariamente tendrían que contar con la mediación de otros países; asimismo, tendrían que estar avaladas por Rusia y China.
En una época cargada de presiones globales como las provocadas por grupos terroristas en Oriente Medio o el brote de focos insurgentes en África, por mencionar un par de casos, sería importante que la comunidad internacional arrimara el hombro para contribuir a superar los problemas e impulsar un arreglo en la península coreana.
Si a pesar de la mala relación y el avance del programa nuclear norcoreano que ha generado una espiral de tensión sobre todo en los últimos tiempos, los dos vecinos pudieron romper el hielo para juntarse en estas Olimpiadas, bien se puede fantasear con la posibilidad de que lleguen días mejores.
Utilizo la palabra “fantasear” porque una mirada objetiva a todo lo que ocurre en la región no hace más que generar pesimismo y ahondar la creencia de que, una vez terminados los Juegos, las tensiones volverán a escalar. Sin embargo, la tregua olímpica deja una imagen de unidad… Por algo se empieza.
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