Coco Chanel ayudó a las mujeres a liberarse de la tiranía del corsé con sus trajes de algodón; Yves Saint Laurent les dio el esmoquin y Giorgio Armani, el el traje de chaqueta para abrirse paso en la jungla laboral; Mary Quant allanó el camino a la revolución sexual con sus minifaldas. A la industria textil le gusta reivindicar su papel de espejo y catalizador social, pero las pasarelas de ahora parecen mostrar todo lo contrario, reseña El País.
La semana de la moda de Milán, al igual que la de Nueva York, no reflejó la atmósfera actual de cambio en la sociedad azuzada por el #MeToo y la lucha por la equiparación salarial. “La calle va por delante de la moda y eso, en industria cuya supervivencia depende de su capacidad para marcar tendencia, resulta preocupante”, escribe desde Milán, Carmen Mañana.
Las mujeres van cubiertas con pasamontañas en Gucci o sobre tacones que conjuraban las leyes de la gravedad. Ojerosas, casi tristes, envueltas en los coloridos estampados étnicos. En el extremo opuesto, Paul Surridge, director creativo de Roberto Cavalli, vestía a sus maniquíes con agresivas prendas ultraceñidas y abrigos de piel de leopardo, algo que pudo resultar significativo hace 20 años cuando el fundador de la marca fundió los escotes con la raja de las faldas, pero que hoy no va más allá de una propuesta sexy bien ejecutada.
Miuccia Prada parece ser una de las pocas que, al menos, ha reflexionado sobre la situación de la mujer, su compradora, hoy: “Por un lado debe ser fuerte, agresiva y poderosa y al mismo tiempo protegerse. Por otro, incorporamos todas las características que se le suponen a la femineidad, muchas veces heredadas de nuestra educación”.
Con su colección para el próximo otoño-invierno, la diseñadora quiso explorar “la noche como lugar para la libertad y sus límites” y lo hizo con colección futurista y alegre, pero donde también aparecían armaduras acolchadas para enfrentarse a las amenazas exteriores. “La otra noche di un pequeño paseo y me sentí insegura, así que puedo imaginar que una chica joven que quiere vestirse sexy también. El problema es que debería poder salir desnuda si quisiese. Es parte de su libertad individual”, argumenta a WWD.
Los tacones en llamas —un clásico de la marca que la creadora ha decidido revisitar— fueron la guinda de una propuesta que se articuló en torno a los contrastes: masculino y femenino, deportivo y sofisticado, retro y futurista. Lazos y botas para la descontaminación y manipulación bacteriológica.
Sobre la pasarela, cortavientos y abrigos acolchados de aire postapocalíptico se enfrentaban a vestidos de tules plisados en colores flúor. Las gasas tecnológicamente tratadas cubrían piezas en degradé para después componer vestidos de corte años cincuenta con llamativas piedras bordadas. Los abrigos de doble faz en cuero gris se remataban en pelo azul, verde o rosa, y los chaquetas tweed mutaban para convertirse en un híbrido a medio camino entre el plumífero y el blazer. El trabajo de Prada terminó con tops y vestidos en flecos de plexiglás que mantenían la misma paleta tropical que definió todas sus prendas.
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