La terna elegida por el presidente Lenín Moreno no ha caído bien a todos, sobre todo en algunos sectores de la oposición que al parecer no atinan a medir los momentos políticos que vive el país. Desmontar una estructura de control, muy parecida al totalitarismo, diseñada durante diez años, jamás se podrá hacer de la noche a la mañana.
El momento que vive la mayor organización política del país ha dejado en claro que el proyecto político de la década anterior era personalista, ni siquiera de una organización y menos de un país, porque perdió toda la base social que le acompañó al poder, desde los movimientos indígenas hasta los ambientalistas que fueron convencidos con un discurso antipetrolero, que después mutó en uno extractivista.
Ya sin base social, el movimiento oficialista trató de sostenerse en el paternalismo estatal, en una política clientelar anclada en el bono de desarrollo humano, un producto creado por uno de los gobiernos más vapuleados por la propaganda oficial correísta, el de Jamil Mahuad. Es decir, Jamil Mahuad entregó al correísmo su mejor recurso para mantener un electorado cautivo que le permitió meter las manos en la justicia con un Consejo de la Judicatura leal a Carondelet; controlar la información, con una espada de Damocles colocada sobre los medios de comunicación, y asegurarse el control de la Asamblea a la que podía tener bajo la amenaza de la muerte cruzada.
Es una estructura compleja con unos hilos difíciles de manejar, pero también hay otra realidad por fuera: los movimientos sociales, indígenas y sindicales han aprendido a no dejarse convencer por los cantos de sirena ni por las promesas vacías, tan corrientes en la anterior administración. Por lo pronto, la consulta popular ha servido para sacar las máscaras de personajes funestos para la democracia como Guillaume Long, que se acordó de su conciencia después de estar siete meses en Ginebra, con todos los gastos pagados y con un alto sueldo del Estado.
La terna de la que saldrá una nueva vicepresidenta por lo menos tendrá una consecuencia clara, el fin del episodio Glas en la escena política. Un caso que ahora podrá quedar donde siempre debió estar, en el ámbito judicial. Luego vendrá la consulta para poner fin a la reelección indefinida y ahí es la clase política la que tendrá que hacer su trabajo para que la sociedad no vuelva a caer en los sueños del totalitarismo.
El anterior gobierno judicializó la política y el correísmo pretende seguir haciéndolo para intentar lavarse la cara en espinosos temas que siguen saliendo a la luz. Por eso es importante que el tema Odebrecht y sus implicados queden exclusivamente en el ámbito judicial, es una forma de volver a darle sentido a la palabra política. De volver a darle significante y significado a muchas palabras pervertidas por un discurso absolutamente fatuo.
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