Julian Assange siempre ha jugado con la buena voluntad de quienes pretendieron ayudarlo a refugiarse, primero porque sabía que el anterior gobierno usó su imagen para promocionarse en el mundo como defensor de derechos humanos, mientras puertas adentro cerraba ONGs, abría juicios sumarísimos por terrorismo, acorralaba a la Conaie a la que pretendió quitarle su sede histórica con el argumento de que hacía política, judicializó la política, persiguió a los medios de comunicación, denigró a la CIDH e hizo de la propaganda un estilo de vida.
Un personaje como Assange, que puso en jaque el gobierno de Estados Unidos con la filtración de las comunicaciones de las embajadas de todo el mundo, simplemente le venía de perlas. Assange fue su bandera en los foros internacionales para maquillar su imagen de represor. Con Assange como su huésped en Londres pretendió dar cátedra de Derechos Humanos en el mundo. Muy pronto le salió el tiro por la culata. Assange siguió haciendo lo que siempre hizo, primero se inmiscuyó en la campaña electoral de Estados Unidos, con Hillary Clinton como blanco. Eso le significó quedarse sin Internet.
Y más recientemente activó fuertemente a favor de la secesión de Cataluña, lo que provocó al gobierno ecuatoriano casi un impasse con Madrid, tanto que el presidente Lenín Moreno tuvo que salir a decir que por intermedio de la Cancillería había pedido a Assange abstenerse de opinar sobre asuntos de otros países.
Assange ha escrito otro capítulo en su ya tormentosa relación con el país que lo acogió en su sede: la cédula ecuatoriana. De lo que se sabe, la noticia puesta en evidencia por diario El Universo con una simple consulta de la base de datos del Registro Civil y del SRI, el señor Assange ahora es portador de una cédula ecuatoriana que se habría entregado con un protocolo para otorgar la naturalización en el exterior aprobado por el viceministro de Movilidad Humana, que es un funcionario que se ha mantenido en ese cargo desde el gobierno anterior, de la época de Ricardo Patiño y Guillaume Long.
La Cancillería ha emitido un comunicado bastante parco sobre el tema de la cédula del señor Assange, atribuyendo todo a rumores, porque al parecer todo se hizo sin el conocimiento de las más altas autoridades; al parecer fue una jugada de funcionarios correístas que se mantienen en mandos medios y tratan de vez en cuando de hacer algún show para poner en aprietos al gobierno actual. Ya ha pasado con las renuncias de funcionarios cuyo mayor mérito ha sido descubrir que han tenido conciencia, no se sabe qué tipo de conciencia, pero conciencia al fin.
Si es verdad que lo de la cédula del señor Assange se hizo por debajo de las autoridades y que hasta la canciller María Fernanda Espinosa desconocía del asunto al gobierno le corresponderá decir adiós a los funcionarios todavía funcionales al correísmo, o que están esperando su vuelta al poder. Es decir, el gobierno debería reconocer que tiene conspiradores pagados con fondos públicos en puestos clave de su administración.
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