Pedro Bermeo, activista de las ONG Yasunidos y Libera, fue agredido por un torero y varios aficionados taurinos la tarde del martes, en la Plaza de toros Belmonte de Quito, el nuevo escenario taurino desde que fueron prohibidas las corridas de toros en una consulta popular que afianzó el poder del correísmo con su metida de mano en la justicia y en la intimidad de las personas. En sus gustos, en su estética…
“Lo que hicimos es saltar al ruedo a gritar que no queremos más violencia, y el público reaccionó violentamente. Nos agredieron verbalmente, una serie de insultos, nos gritaron amenazas, que nos maten. Los toreros y la gente en el rodeo nos dieron puñetes, patadas y nos fueron sacando violentamente, tuvimos suerte que unos policías nos sacaron de ahí, en donde casi nos matan. Estas personas que asisten a espectáculos violentos dónde se martiriza a un animal pueden reaccionar violentamente como lo hicieron hoy. Comenzamos hoy con esta acción directa y pacífica y no vamos a parar porque Quito no es taurino”, dijo más tarde Bermeo en un video compartido en Facebook.
“En la alcaldía de Barrera se dio un golpe cultural durísimo a la ciudad, del que no se ha repuesto, con la eliminación de las corridas de toros –una idea impulsada por Correa y secundada por Barrera– cuyo fin era golpear a las élites quiteñas en su hispanidad. Se les arrebató ese rasgo identitario sin proponer un relevo cultural a cambio. Desde entonces, un vacío identitario, una ausencia de centro cultural, ronda por la ciudad, una de cuyas expresiones es la decadencia de las fiestas de Quito. Barrera dejó a la capital sin horizonte político propio y a sus élites sin su rasgo de identidad más fuerte”, es lo que escribió Felipe Burbano de Lara, en su columna de El Universo.
Las élites quiteñas no pueden definir a una ciudad, ni Quito está circunscrita a las élites quiteñas. Tal vez por eso el correísmo fue tan fuerte en Quito. Bastó con prohibir las corridas de toros para ganar su apoyo. Ni las grandes protestas de la Shyris lograron doblegar su poder, porque tal vez eran protestas solo de las élites que nunca lograron probar las razones de su protesta, como reclamaría Savater a los antitaurinos.
Para el filósofo español, el símbolo de la corrida era de poder a poder cuando el toro bravo era una instancia temible. “Hoy parece una vaca cabreada. Lo que no puede ser es bajar cada vez más el nivel, la degradación del trapío y la casta. Pero la fiesta no tiene que defenderse. Es quien quiere suprimirla el que debe demostrar las razones para hacerlo”.
Más allá de eso, creer que las corridas de toros definen a una ciudad está lejos de la realidad. Hay nuevas generaciones, nuevos imaginarios en los que no entran la violencia de los taurinos, ni antitaurinos ni la tauromaquía que tanto defiende Fernando Savater. “Se condena una de las morales en nombre de otra. Y eso es lo que hacen las teocracias. Esta es una cuestión de tipo religioso; en los grupos más activos de oposición a las corridas de toros hay una especie de fervor religioso, como es el caso de los que se pintan y se ponen banderillas o van a insultar a los que van a la plaza”, dijo Savater.
Tal vez no sea tan así. Quienes quieren mantener esa tradición son los que deberían mostrar sus razones para hacerlo. Las fiestas de Quito no son más insípidas por no llenar nuevamente la plaza de toros de Iñaquito, tal vez solo se las viven de otra manera, de una manera más dispersa, con un rasgo identatario distinto, que está en la calle, que está en las plazas de la ciudad, que está en otras formas de diversión.
El debate no debería girar en torno a los toros, tal vez sí en torno a la fiesta. ¿Qué es la fiesta? ¿Dónde está?
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