Lo que parecía una broma en redes sociales se ha convertido en una noticia de los grandes medios, como El País de España, tal vez porque el director protagonista de la noticia es un director español que ha llegado a un país del tercer mundo para tratar de escandalizar con un cliché, el sexo.
El director español ha llegado a Ecuador a hacer un casting con actores para películas porno, no actrices, y la primera noticia que hizo circular es que nadie había dado la talla; que los ecuatorianos no pueden tener una erección o que son inhibidos o que son conservadores o no la tienen muy grande.
La información ha circulado mucho en redes sociales y hasta fue el leitmotiv para revivir el viejo regionalismo entre serranos y costeños, más afincado en la política y ahora llevado al sexo, porque supuestamente como nadie funcionaba en Quito se tuvo que ir a Guayaquil a hacer las pruebas. Y ahora nuevamente volverá a Quito, tal vez con más interesados después de tanta mala reputación sembrada entre los serranos, de ser pacatos y conservadores.
En la película que se ambientaría en Ecuador, siempre según la nota de El País, el director afirmaba que invertiría unos tres mil euros, poco más de tres mil dólares, si se realizaba en una casa. Es decir, solo con en el casting de Quito, donde casi nadie funcionaba, ya ha recaudado más del 30% de esa inversión con el cobro de 50 dólares a 20 interesados en hacer las pruebas.
El tema es digno de análisis del psicoanálisis, de la cultura falocentrista del Ecuador y el mundo. Mientras el video de una venezolana en la que decía que los ecuatorianos son feos, puesto en redes sociales, fue capaz de desatar la indignación y la xenofobia contra los venezolanos, la campaña de un director de cine porno español para levantar presupuesto para su supuesta película solo ha despertado hasta la admiración hacia ese director que ha llegado a cobrar hasta $50 a quien pusiera a prueba su pene, el viejo negocio del sexo en vivo tan propagado en el país. Es el hielero de Macondo.
En este país, la industria del porno cobra a los aspirantes a un puesto de trabajo, sin que nadie diga nada. Como si les hicieran un favor.
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