La marca Dubái definitivamente ha convertido a la ciudad -Estado de Emiratos Árabes Unidos en la metrópolis de la extravagancia. 40 años, los petrodólares han transformado un pueblo de pescadores en una meca del turismo de lujo.
La ambición por el más alto, más grande, más lejos, que ayudó a poner en el mapa aquel pequeño puerto hasta hace medio siglo apenas conocido por comerciantes persas, mercaderes indios y colonizadores británicos, ha atrapado a sus promotores, que necesitan suscitar la admiración continuar para que no se aprecien las fallas del edificio.
Casas flotantes, taxis voladores o viajes casi instantáneos por Hyperloop, que será el tren más veloz del mundo. Está ciudad parece que no existe el tiempo para no disfrutar de la vida. Capitalismo extremo al servicio del teatro de lo moderno. Incluso el arte y la creatividad se domestican bajo el pretexto de usos, costumbres y tradiciones. El autocontrol garantiza la coexistencia de 200 nacionalidades. Y funciona porque cada uno tiene su lugar en el escenario.
El año pasado, 15 millones de personas visitaron esta ciudad-Estado de Oriente Próximo con reclamos tan exclusivos como casas subacuáticas, pistas de esquí artificiales o ‘cupcakes’ al precio de 1.000 euros.
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