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Orden, libertad y lenguaje (parte dos): paradigma poético

Antonio Aguirre Fuentes (+)
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
martes, septiembre 19, 2017
Para el régimen venezolano la soberanía no está comprometida con la presencia de los intereses geopolíticos de Rusia, China, Cuba e Irán. Una oscura alianza de gobiernos represivos, expansionistas y policíacos.
Tiempo de lectura: 4 minutos
Sólo hay dos pasiones en el ser humano: la del poder y la de la libertad.
La libertad es el poder del pueblo; el poder es la libertad de los grandes.
Jiang Qing, viuda de Mao

1.

Una consigna se alzó en las calles de Venezuela. Los venezolanos decían: “¿Qué queremos?, ¡libertad!” Una evocación del espíritu dieciochesco de la revolución norteamericana de independencia y de la revolución francesa: la Constitución de los Estados Unidos, la Bill of Rights, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Nada más extraño para un izquierdista, cualquiera que sea su especie. Para éste los significantes son “revolución”, “poder popular”, “socialismo”. Bernard-Henri Lévy quiere recuperar el sentido positivo de lo “liberal” para una izquierda que no sea dictatorial (ver su Left in Dark Times). Un izquierdista no quiere libertad. La juzga una consigna burguesa. Busca el poder revolucionario para implantar el orden socialista.

Los partidos de izquierda no hacen la revolución, la organizan. Fue la precisión que hizo Lenin. En cambio Boris Pasternak en el Congreso de Escritores Soviéticos de 1934 rogó a los escritores que no se organicen, pues en el arte solo cuenta la independencia personal. La organización es la muerte del arte. También se constata que es la sustitución de la política por la milicia.

La lucha empieza por ser una lucha de palabras, de las interpretaciones que se les da, del sentido que trasmiten. Iskra (La Chispa) era el nombre del periódico que fundó Lenin para centralizar la propaganda bolchevique y así -como diría más tarde Mao- “encender la pradera”. Para el maoísmo la lucha de ideas es el alfa y el omega de una larga marcha. Hay que ganar la guerra en el último rincón de la ideología, del pensamiento, organizando una Revolución Cultural Proletaria.

2.

El orden revolucionario siempre invoca la justicia y los ideales igualitarios: habrá satisfacción de las necesidades de todos… poco a poco. Los medios, inmediatos, también se justifican: la propaganda, el adoctrinamiento, la violencia contra el enemigo señalado por esa propaganda. Hay un saber totalitario acumulado, tanto crítico como perfeccionador. El giro histórico lo da el fascismo y el nazismo: cómo arribar a un totalitarismo por la vía electoral. Allí se introduce la figura del caudillo, el hombre de la excepción, al que no lo afecta la castración de la ley, pues él es la ley.

Para Freud toda psicología individual es también social. Los mecanismos de la identificación de los grupos tienen un objeto en común, un líder por ejemplo, que cada uno convierte en su ideal del yo, quedando así ligados vertical y horizontalmente. El texto Psicología de las Masas y Análisis del Yo fue escrito en el entorno de 1921, en el crisol de los movimientos socialistas y nacionalistas. Benito Mussolini y Adolf Hitler serían los líderes a venir. Stalin llega al poder desde la muerte de Lenin en 1924.

3.

Los psicoanalistas, en lo que atañe al para-todos, asumen que la castración simbólica de la ley rige la colectividad. Es lo que se llama, ambiguamente, un Estado de Derecho que garantice las libertades relativas para la convivencia. Hay que apostar, hoy más que nunca, por la libertad de palabra. Jacques Lacan incluso definió una función social para el psicoanálisis: reintroducir la ironía en la colectividad. ¿Por qué la bondad de un gobierno se vería conmocionada por palabras mentirosas, calumnias e insultos de sus opositores? ¿debido a que hay un grano de verdad, que se trasmite en medio de las usuales acusaciones tendenciosas de dichos opositores?

4.

La palabra, puesta en acción del lenguaje, tiene dos caras. Ella presentifica un orden simbólico, que es el fundamento de todo orden. La palabra se cristaliza en La Orden, el imperativo superyoico aberrante y dictatorial. De otro lado, la enunciación del sujeto de la palabra continúa. Cuando alcanza el límite de los imperativos hay un momento para la decisión: o retrocede al circuito de los imperativos e ideales o hace surgir un nuevo significante, una nueva interpretación. Esta es la dimensión de la libertad de la palabra.

5.

En otro entorno convulso, el de los años 60, Lacan escribió su teoría de los cuatro discursos: el del amo, el de la histérica, el universitario y el del psicoanalista. Ellos dan el marco estructural para la palabra, pero esa sobredeterminación inconsciente no es el hallazgo final. Lacan propone el concepto de “pase” como un “más allá” de los saberes imperativos de cualquier tipo. El pase, al final de la experiencia de un análisis, da un sentido propio, una “diferencia absoluta” para cada uno y nos hace también menos capturados en las tendencias caóticas y nihilistas de la tecnociencia capitalista contemporánea.

6.

Simone Weil (1909-1943), esa musa que Jacques Alain Miller propone para acompañar a los psicoanalistas que se inician en los debates políticos, tenía a la poesía como una acción ejemplar en este campo (ver el libro Echar raíces). La política no sería la suma de consignas para el ataque y la defensa, ni la técnica de la agitación y la propaganda, ni la conspiración permanente. En su nivel eminente el sujeto político, como el poeta, selecciona sus palabras y sus silencios, condicionado por sus dichos pasados y por los que van a venir, para obtener el logro más equilibrado y bello, no con la palabra demagógica e incitadora, sino con una que haga acuerdos y reconozca los desacuerdos. Porque, como recalcaba Freud, gobernar es una tarea imposible.

NOTA SOBRE VENEZUELA Y LA SOBERANÍA

El régimen de Venezuela y su coro de gobiernos y grupos solidarios piden respeto a su soberanía.
Simone Weil afirma que la destrucción de todo sentido de convivencia, de vida civil y cotidiana, conduce a la idolatría del Estado, como la única entelequia que puede ser amada.

La soberanía que quieren los estatistas es la que protege y justifica la acción de su policía partidista. “Cuando se habla de soberanía de la nación se alude únicamente a la soberanía del Estado” (Weil, S. Echar raíces, pág. 102. Ed. Trotta, 2014)

Para el régimen venezolano la soberanía no está comprometida con la presencia de los intereses geopolíticos de Rusia, China, Cuba e Irán. Una oscura alianza de gobiernos represivos, expansionistas y policíacos.

Te puede interesar:   “Orden, libertad y lenguaje: Lacan y los izquierdistas (Primera parte)” 

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1 Comments

  1. Rafael Rosabal septiembre 22, 2017

    Excelente artículo

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