Para tratar de entender mejor los enfrentamientos entre supremacistas blancos y contramanifestantes, ocurridos el pasado 12 de agosto en Charlottesville (Virginia), es importante considerar el clima de radicalización existente en Estados Unidos y echar una mirada a la historia de esa nación.
El anuncio, por parte del Ayuntamiento, de que sería retirada la estatua del general Robert E. Lee, quien combatió en la guerra civil de EEUU (1861-1865) en el bando de los estados confederados, desató los incidentes que se saldaron con la muerte de una joven y dos policías y con al menos 19 personas heridas.
Los videos, que dieron la vuelta al mundo, mostraron que los actos de hostigamiento y agresión fueron ejecutados con igual belicosidad tanto por los ultranacionalistas que defendían la permanencia del monumento, como por aquellos que respaldaban su remoción. Como dijo el presidente Donald Trump al condenar estos hechos, la violencia surgió de “muchos lados”.
Si bien las diferencias entre ambos bandos se han agudizado en los últimos años, el problema no surgió durante la presidencia de Barack Obama ni con el triunfo de Trump. En esta radicalización convergen varios factores, uno de ellos data de hace varias décadas cuando el partido Demócrata, caracterizado por ser un capitalismo con cierta tendencia de centro-izquierda, optó por inclinarse aún más a la izquierda.
El auge de agrupaciones que, con toda razón muchas de ellas, trataban de reivindicar derechos que habían sido marginados durante mucho tiempo, encontraron “eco” en el partido Demócrata que ha ido girando cada vez más a la izquierda para ganarse el apoyo de estos sectores.
Una comparación entre el estilo de dos presidentes demócratas, John F. Kennedy (1961-1963) y Barack Obama (2009-2017) frente al tema de Cuba, ejemplifica el cambio notorio del partido Demócrata: el primero aprobó la invasión de Bahía de Cochinos; el segundo, en cambio, restableció parcialmente las relaciones entre ambas naciones.
Lo bueno de la historia es que permite esclarecer el pasado y entender mejor el presente. Caso contrario, de la misma forma en que ha sido removida la estatua del general Lee, podrían ser retirados los monumentos de George Washington, primer presidente de la Unión Americana, pues él también tuvo esclavos. En esa época el esclavismo era una práctica habitual.
Este “giro” a la izquierda del partido Demócrata, que se ha mantenido, nos aclararía, al menos en parte, por qué en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, un importante segmento del electorado, ubicado en el centro político, debió haber sentido que los republicanos representaban mejor sus genuinos intereses. Esto explicaría el voto por Trump, especialmente en estados de tradición favorable a los candidatos del partido Demócrata.
Otro aspecto que no puede desvincularse del análisis de los enfrentamientos de Charlottesville es el hecho de que el general Robert E. Lee es un personaje que debe ser ubicado en el marco de su contexto histórico.
El general Lee, que por cierto, fue oriundo del estado de Virginia, combatió y perdió una guerra en la que defendió principios y valores que él y sus compatriotas del sur de los Estados Unidos consideraban válidos. Desde luego, si lo analizamos con la óptica de esta época, en la que prima la de defensa universal de los derechos humanos, resulta una persona retrógrada, un esclavista.
Lo bueno de la historia es que permite esclarecer el pasado y entender mejor el presente. Caso contrario, de la misma forma en que ha sido removida la estatua del general Lee, podrían ser retirados los monumentos de George Washington, primer presidente de la Unión Americana, pues él también tuvo esclavos. En esa época el esclavismo era una práctica habitual.
Todo acto tiene matices, no puede ser visto en blanco y negro. En paralelismo es como si en nuestro país alguien ordenara retirar las estatuas del general Eloy Alfaro, porque hizo revueltas militares con un saldo de muchas muertes o porque ninguna de las dos veces que llegó al poder lo hizo en forma democrática sino por las armas. Sin embargo, nada de esto le quita sus méritos como reformador del Estado, como constructor y como finalizador de importantes obras que fueron iniciadas por otros presidentes que le antecedieron.
Cabe decir que hay personajes históricos que cometieron actos nefastos, en esos casos sería muy cuestionable pensar en erigir estatuas de Hitler o de Mussolini. Pero otros, como el general Robert E. Lee, fueron personajes de su tiempo, pelearon por ciertos valores que eran respetados en la época que les tocó vivir, por eso creo que los monumentos que lo retratan, en general, deberían conservarse considerando el personaje histórico que es.
Por último la violencia en Estados Unidos no solo es atribuible a los supremacistas blancos, también la hay del otro lado, solo recordemos los saqueos, incendios de vehículos y otros hechos violentos producidos tras el asesinato (a manos de policías blancos) del afroamericano Freddie Gray. La ecuación es letal: radicalización solo genera más radicalización.
Estados Unidos tiene cosas admirables y, al mismo tiempo, problemas muy serios, la primera enmienda de la Constitución estadounidense consagra el derecho a la libertad de opinión y la libertad de expresión. Desde luego esas manifestaciones no implican cometer agresiones ni lastimar a otras personas. Es loable que todos tengan libertad. El punto de quiebre resulta ser cuán respetuosos y tolerantes pueden ser unos y otros.
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