El plan del gobierno para sustituir las cocinas de gas por las cocinas de inducción, como parte del cambio de matriz energética, no termina de convencer a la mayoría de ecuatorianos, a pesar de que existen incentivos tarifarios y facilidades de crédito para adquirirlas.
El programa de Cocción Eficiente proponía introducir 3 millones de cocinas de inducción en los hogares de los ecuatorianos, en reemplazo de las cocinas que utilizan gas licuado de petróleo (GLP). El esquema planteaba que esto ocurriera entre julio de 2014 y agosto de 2016.
No obstante, según datos oficiales, al finalizar ese periodo solo se habían distribuido 432.500 cocinas; es decir, apenas se cumplió el 14% de la meta propuesta. ¿Qué falló? Puede haber muchas respuestas. En mi perspectiva, entre los factores principales, influyeron un bajo nivel de conocimiento, por parte de la ciudadanía, en lo relativo al uso de energías limpias, y, errores en la comercialización de estos artefactos.
En esta vida, todo requiere un proceso de adaptación. Recordemos que pasó mucho tiempo para que las personas dejaran de utilizar leña o carbón como combustibles para cocinar sus alimentos, lo mismo ocurrió cuando abandonaron el kerosene, algo similar pasó el momento que dieron el “salto” al uso del gas.
Asimismo, a pesar de que la utilización de energías renovables cada vez más se vuelve una corriente planetaria, y de que en Ecuador se trata también de aprovechar la potencia de las centrales hidroeléctricas que ahora no solo abastecen el consumo interno sino que se la exporta a otros países como Colombia, no hay subsidio que funcione (80 kilovatios/hora al mes) ante los rumores -corridos de boca en boca-, que daban cuenta de un ligero aumento del valor de las planillas de luz.
Puede ser que inicialmente los usuarios hayan sentido cierto incremento, por el costo de la instalación de las acometidas de 220 voltios con las que funcionan este tipo de cocinas, o por los descuentos de los créditos quirografarios otorgados por el Biess para comprarlas (las cuotas se descuentan vía planillas), pero lo cierto es que estos artefactos son más amigables con las personas y con el medioambiente. Sobre todo, no entrañan riesgos como las peligrosas explosiones que siempre están presentes en los cilindros de gas.
Como el bolsillo es el más sensible de los sentidos, la necesaria compra de ollas y sartenes especialmente diseñados para las cocinas de inducción, parecería ser otro factor que ahuyentó a una gran mayoría de personas. Además, estos artefactos no son muy baratos que digamos.
En esta vida, todo requiere un proceso de adaptación. Recordemos que pasó mucho tiempo para que las personas dejaran de utilizar leña o carbón como combustibles para cocinar sus alimentos, lo mismo ocurrió cuando abandonaron el kerosene, algo similar pasó el momento que dieron el “salto” al uso del gas.
La comercialización de las cocinas tampoco estuvo exenta de problemas. Si bien durante un tiempo el Gobierno duplicó los costos de importación de las cocinas a gas e impuso barreras arancelarias, la parte gruesa del negocio de los distribuidores no estaba en la venta de las cocinas de inducción, pues la gente siguió prefiriendo las otras.
Con el fin de abaratar los costos, en determinado momento desde el Gobierno se habló de dejar de importar los electrodomésticos de China y empezar a producirlos en el país. No obstante, si la demanda no satisface la oferta, nunca será un buen negocio.
Más allá de estas cuestiones, el convencimiento de que lo más conveniente para la gente, para el país y para el planeta es utilizar las cocinas de inducción, no se producirá de un día para otro. La mayoría de la población aún no asocia el concepto de las energías limpias con rentabilidad. Todavía no comprende que los negocios de hoy y del futuro están en la tecnología verde, proveniente de fuentes renovables.
Quizás sea muy difícil para los nativos de la generación X (nacidos entre los años 1960 y 1965) así como los de más atrás, adentrarse en la onda del cambio. Aunque es posible abrigar esperanzas. Basta observar cómo millones de personas, incluso de edad muy avanzada, aprendieron a manejar -en forma excelente- la tecnología digital, la viven y la disfrutan.
En todo caso, para que el cambio resulte menos lento, se torna necesario educar a los niños y jóvenes en el tema ambiental. El proceso debe empezar por los más jóvenes para que influyan en los adultos. Ojalá que la transformación no tome 10, 20 ó 30 años, porque mientras más la posterguemos más caro resultará continuar con el uso del GLP. Por ahora el subsidio estatal al gas representa un gasto de $700 millones por año… financiados con nuestros impuestos. No podemos ni debemos continuar por esa senda.
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