Treinta meses después de que Barack Obama iniciase el histórico deshielo con La Habana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que limitará los viajes a la isla, prohibirá el flujo comercial con el poderoso conglomerado militar (60% de la economía) y retomará a la retórica del látigo.
Es un triunfo de la línea dura, auspiciado por los sectores anticastristas de Florida que lo respaldaron en las elecciones, y que Trump presentará como un avance de los derechos humanos y las libertades. “La política de Obama solo ha servido para incrementar la represión. Vamos a dar marcha atrás y dar el poder al pueblo cubano frente a los elementos represivos del régimen. Habrá cotas, de forma que si hay liberación de presos o elecciones, avanzaremos”, dijo un portavoz de la Casa Blanca.
Algunas medidas permanecen. No se tocan las remesas, no se prohíben los vuelos comerciales ni el tráfico de cruceros y tampoco se restituye la política de pies secos, pies mojados que permitía a los cubanos entrar sin visa en EEUU.
El objetivo central de la nueva política Trump es desincentivar el trato con el régimen cubano. Para ello prohíbe, salvo alguna excepción aeroportuaria y marítima, toda transacción financiera con el conglomerado militar. El principal afectado será el Grupo de Administración Empresarial (Gaesa), un paraguas empresarial bajo el que las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia controlan el 60% de la economía cubana.
Infinidad de hilos de capital en la isla pasan por esta corporación. Hoteles, entidades de exportación e importación, supermercados, cadenas de ropa, recepción de remesas, restaurantes, marinas, transferencias bancarias, alquiler de inmuebles… Poner un candado al comercio con Gaesa afecta a toda la actividad económica del país.
El otro gran retroceso lo experimentarán los viajes a la isla. Aunque el turismo seguía prohibido con Obama, los desplazamientos se dispararon gracias a la creación de 12 categorías de viaje, que incluían desde visitas familiares a proyectos humanitarios y actividades culturales.
La laxitud administrativa en su justificación, que básicamente dependía del viajero, ha permitido que casi cualquier estadounidense pudiese visitar Cuba. El resultado ha sido fulgurante. Sólo en los cinco primeros meses de este año, 285.000 ciudadanos de EE UU viajaron a la isla, tantos como en todo 2016, y se calculaba que si la dinámica siguiese sin trabas a finales de año la cifra superaría los 400.000.
Con el fin de congelar esta floreciente actividad, Trump va a exigir un mayor control administrativo de cada viaje y se dispone a estrangular una de las modalidades más extendidas, la denominada “persona a persona”, que permite desplazarse a Cuba fuera de grupos organizados alegando motivos educacionales.
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