Cuando recién apareció la Internet hace unos 60 años y comenzó su desarrollo comercial en el mundo hace casi 30 años no se sabía cuál iba a ser su real impacto ni dimensión. Ahora podemos decir que el mundo está en capacidad de tener la Internet en todas las cosas.
La Internet de las Cosas es la suma de algo que hemos visto mucho en las películas de ciencia ficción desde hace bastante tiempo, incluso desde mucho antes en la obra literaria de Julio Verne y en la de autores un poco más contemporáneos.
Este concepto está relacionado con la conectividad. Son muchos dispositivos útiles para las personas totalmente interconectados, que se hablan entre sí. Hemos visto el alcance y el potencial de esta tecnología en películas de ciencia ficción más modernas como La Guerra de las Galaxias o Star Treck.
En películas como James Bond o Batman, por ejemplo, los protagonistas siempre cargan dispositivos que están interconectados y son usados para cumplir diferentes tareas, hasta la de manejar un auto a control remoto desde un reloj inteligente.
La Internet de las Cosas ahora llega a hacer posible lo que antes se creía imposible. Por ejemplo, en el mercado ya se pueden hallar chaquetas que ayudan a medir la temperatura exterior y pueden autoclimatizarse o ropa para niños con GPS incluido para rastrearlo en un área bastante amplia.
Son cosas que solo se podían ver en películas o series futuristas, pero que parecían imposibles de aterrizarlas en la realidad porque tecnológicamente no estábamos tan interconectados. Ahora es un mundo diferente, claro que hay regiones mucho más interconectadas que otras. No es lo mismo hablar de Arkansas que de Nueva York o Los Ángeles, estas últimas dos ciudades hipertecnológicas, conectadas las 24 horas, los siete días de la semana.
En esas ciudades, desde un dispositivo móvil se pueden pagar los servicios básicos, hacer las compras del supermercado sin necesidad de ir al supermercado porque llegan directamente al domicilio. Ahora el mismo refrigerador, programado con funciones personalizadas, puede pedir los víveres que hagan falta o se hayan agotado, porque ya conoce el estilo de vida de quien lo programó.
Es un mundo de máquinas que se hablan entre sí en donde la función humana entra en un plano primario y al mismo tiempo secundario porque, por ejemplo, en el caso de que se acabe el detergente la lavadora pide directamente a la caja inteligente que haga la compra, la caja debita la cuenta de la tarjeta de crédito y llama al supermercado digital para que haga la entrega.
Hoy en día Amazon ya está probando la tecnología de drones para que, en ese caso, un robot no solo lleve el detergente sino que lo deje en la lavadora listo para usarse. Ya no queda mucho tiempo para eso. El Internet de las cosas es una realidad, algo que todavía no es palpable en Ecuador.
En ese tema, en el país aún estamos en pañales, porque no hay máquinas que se comunican entre sí, con excepción de las máquinas bancarias. Nuestro sistema todavía no se encuentra adaptado para ese uso. Y no todos los países del mundo tampoco están 100% interconectados.
La llegada de la tecnología 5G en unos tres o cuatro años en el mundo y en unos siete a ocho años en Ecuador, desde su lanzamiento porque tendremos que cambiar toda la infraestructura de redes, marcará otra etapa en la Internet de las Cosas porque la mayor parte de los países, incluido Ecuador, se podrá subir en ese autobús. La 5G es una tecnología con una velocidad cien veces mayor a la tecnología 4G que está disponible en la actualidad.
Con esa tecnología, desde el dispositivo móvil no solo se podrá rastrear un vehículo sino manejarlo por control remoto desde la casa en un área de 50 kilómetros a la redonda.
Si alguien, por ejemplo, no puede salir de su casa y necesita ir a recoger a los niños que están en un parque, solo debe encender el carro, lo pone en piloto automático y desde el teléfono sigue su trayecto en tiempo real, sin interrupción alguna, hasta que llega al parque, recoge a los niños y los lleva de vuelta a casa.
La Internet de las Cosas ha permitido traer a la realidad todo lo que era o parecía irreal, que solo se podían dar en series como los Supersónicos. Ya existen los carros que vuelan, no como en los Supersónicos, pero existen. Ya existen prótesis con sensores que permiten recuperar el sentido del tacto y a su vez estás están conectadas a una gran red computacional mediante internet, enviando retroalimentación de su uso para mejorar movilidad y hacer comparaciones de diversos tipos de sentidos.
El momento en que las impresoras 3D lleguen a ser autónomas, por ejemplo, podrán imprimirse a sí mismas y autoensamblarse. Así está el mundo en este momento. La brecha entre la ciencia ficción y la realidad se acorta a pasos agigantados.
El principal objetivo de la Internet de las Cosas es facilitar mucho la vida a las personas, desde esa que solo va a comprar algo específico en un centro comercial. En el momento en que llega, las puertas del mall ya saben quién es y notifica a todos los locales; como el centro comercial inteligente conoce a qué local va en ese lugar ni siquiera necesitará pasar la tarjeta de crédito. Solo tendrá que recoger su producto y salir.
Ese es el futuro que el país todavía desconoce, porque necesita una cachetada completa en cuestiones de innovación. No es posible que nos hayamos quedado como un país consumidor de tecnología. No producimos tecnología, pese a tener toda la documentación del mundo para hacerlo.
El país debería tener un enfoque muy centrado hacia el desarrollo de tecnología innovativa, con una política de Estado destinada a apoyar emprendimientos de ese tipo. No solo dedicarse a explotar lo de siempre que es petróleo, flores, industria del banano…
Ecuador tiene que replantearse de cara al mundo, en qué más le puede servir al mundo.
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