El socialismo del siglo XXI llegado desde Venezuela, más que la Constituyente de Montecristi o la revolución ciudadana, impuso un modo de hablar muy peculiar entre los allegados a sus tesis y después entre la mayoría de ciudadanos porque el otro hablar, el común, ya podía ser penalizado. Decir los ciudadanos a secas venía o viene a ser algo así como un delito del lenguaje en el socialismo del siglo XXI, porque lo correcto debiera ser: los ciudadanos y las ciudadanas, a cuenta de que es un lenguaje más incluyente, menos discriminatorio, igualitario…
Este tipo de desdoblamientos, dice el diccionario de la real Academia de la Lengua, son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos.
La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina, sigue el diccionario, va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.
El uso político de las palabras ha tratado de imponer una forma de relacionarse. Es lo que ha pasado con el llamado debate presidencial, el organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil, al que el candidato del oficialismo se había negado a asistir porque, desde su punto de vista, el debate significa confrontación, pelea…
Llámese debate o diálogo, lo importante es que los candidatos a dirigir los destinos del Gobierno de este país expliquen en un foro público cuál es su visión de sociedad, qué es para ellos una sociedad; principios básicos que ayudarán a decidir a muchos votantes cuál es el modelo de país al que queremos ir.
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