La historia fue contada por Óscar Tévez, en El País. Ocurrió en 1972, cuando Leonard Cohen tenía 38 años y daba su primer concierto en Israel, en la sala Binyanei Ha’uma de Jerusalén. Había regesado abruptamente al camerino tras dejar precipitadamente el escenario ante el asombro de los espectadores.
“No estoy sintiendo profundamente las canciones. Y creo sinceramente que les estoy engañando. Lo voy a intentar de nuevo. Si no funciona lo dejo y les devolveremos el dinero. Hay noches en las que uno se eleva en el aire y otras en las que simplemente no despega”.
Aquella noche tan importante para él, Cohen deseaba elevar la pureza artística a un nivel místico. Y, aunque el público no lo estaba percibiendo, él sí. Se levantó, y dijo, como se ve en el documental de Tony Palmer, Bird on a wire: “Vamos a dejar el escenario ahora y a meditar profundamente en el camerino para intentar recuperar la forma. Si lo logramos, volveremos”.
Sylvie Simmons cuenta en el libro Soy tu hombre: la vida de Leonard Cohen, que el representante del músico se acercó a Cohen y le dijo: “Tenemos que velar por el negocio y acabar la actuación, o puede que no salgamos de aquí de una pieza”.
Pero afuera, nadie había abandonado la sala. Ni una sola petición de devolución del dinero. Ni un solo abucheo. Al contrario: comenzaron a cantar Hevenu shalom aleichem (La paz sea contigo), un poema judío de felicidad. Y, en ese momento, ocurrió. Cohen siguió el consejo de su madre: “Cuando las cosas te vayan mal, aféitate”. Alguien le llevó una navaja y crema, él se acercó al lavabo y comenzó a rasurarse la barba mientras escuchaba de fondo los cánticos de los espectadores: “Que la paz esté con vosotros, ángeles del altísimo. /El supremo rey de reyes es el santo bendito”.
Cuando terminó el aseo, Leonard Cohen retornó al escenario seguido de sus músicos. La ovación fue atronadora. Después, se hizo el silencio. Cohen cogió su guitarra y comenzó a cantar So long Marianne: “Nos conocimos cuando éramos jóvenes./ Fue en un parque de colores lila y verde./ Me cogiste como si fuera un crucifijo mientras nos adentrábamos de rodillas en la oscuridad./ Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reírnos y a llorar y llorar, y a reírnos de todo”.
Mientras cantaba, las lágrimas del músico comenzaron a resbalar por sus mejillas. Se escucharon sollozos desde la multitud. Leonard Cohen estaba sintiendo profundamente las canciones.
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