Uno de los mayores retos del deporte es evitar la violencia en los estadios. No le hace bien a nadie. El deporte es pasión, como un montón de actividades humanas, pero cuando esa pasión se desborda en violencia no queda nada de actividad humana ni deportiva. El partido entre Emelec y Barcelona a jugarse este miércoles ha puesto sobre el tapete qué tipo de controles son necesarios para evitar propagar la violencia en los estadios. Una de las medidas adoptadas ha sido jugar sin hinchada de visita, solo con la local.
Fernando Carrión, un apasionado del fútbol, ha escrito en uno de sus ensayos que el control parcial de la violencia en las canchas no ha significado su desaparición sino un desplazamiento expansivo hacia otros espacios. Cree que la violencia de los estadios ha sido un tránsito de la violencia de los jugadores en la cancha hacia las gradas, donde
están los espectadores.
En el espacio de las gradas, como espacio de afirmación colectivo, escribe Carrión, se encuentran grupos antagónicos que llevan a cabo batallas con violencia simbólica (señales, cánticos, letreros) y con violencia física (golpes, disparos, grescas) muy particulares. Por eso mismo, un partido de fútbol se lo define y publicita como una confrontación.
Es la confrontación que ahora se ve en el partido entre Emelec y Barcelona, pero ni en las canchas ni en las gradas. Una confrontación propiciada desde las dirigencias. ¿Beneficia a alguien eso? En la red social Twitter fueron tendencia tres hashtags donde los hinchas de Emelec y Barcelona se han dicho de todo. Y los dirigentes siguen alimentado esa especie de odio irracional. ¿Para qué? ¿Para qué alimentar la idea de una guerra similar a la que el Estado Islámico libra contra el mundo? ¿Irracional?
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