El ataque a las Torres Gemelas en New York y al Pentágono el 11 de Septiembre del 2001 hay que caracterizarlo como el inicio de una guerra religiosa y cultural. A partir de allí, y con los antecedentes históricos conocidos, hemos sido partícipes de una cadena de batallas y combates que no tiene ni frente ni retaguardia. La geografía mundial está comprometida, aunque de modo desigual.
El terrorismo no es el atacante. Es el medio, entre otros, que usan unos fanáticos religiosos que se reconocen por su devoción al islam. Luchan entre ellos con igual ferocidad: sunitas contra sunitas, chiitas contra sunitas. Se organizan en frentes que pueden ser perentorios: Al Qaeda, Estado Islámico, Hezbolá, Boko Haram, el Talibán, etc.
De tal modo que, aunque se constituyen en grupos, están asentados en una base religiosa: el Islam, en sus variaciones sectarias y beligerantes. Es de allí de donde surgen sus guerreros. Quieren convencer al otro de seguir su fe o morir. La opción tercera es la servidumbre y la esclavitud.
Los guerreros islamistas cuentan con el terror ciertamente. Pero sobre todo cuentan con la cobardía de los “infieles” ante sus atrocidades. Esperan que su terrorismo aterre. Sin ello sus propósitos caen en el vacío. No hay que olvidar que el 11 de Septiembre hubo cuatro aviones secuestrados. Dos chocaron en las torres, uno en el Pentágono y otro cayó a tierra sin llegar al objetivo presumido: el Capitolio. En este último los pasajeros enfrentaron a los yihadistas, lucharon sin esperanzas, pero no permitieron a los fanáticos islamistas alcanzar su objetivo.
Hoy parecería que los jefes del islamismo yihadista apuntaran a la provocación, especialmente en Europa que cuenta con una gran comunidad islámica y una creciente inmigración del mismo signo religioso. Incitando a una violencia dispersa y sorpresiva esperan que haya una reacción de sectores de la población. Esta respuesta podría tomar forma de agresiones inter-religiosas, o de medidas administrativas y policiales que los musulmanes sentirían como hostiles. El crecimiento de los partidos de la así llamada “derecha” o de los ultranacionalistas también contribuiría a un clima de guerra civil en la que el yihadismo vería las llamas del martirio anhelado.
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