La Carta Democrática Interamericana es un instrumento que está dirigido en primer lugar a asegurar la estabilidad democrática de los gobiernos. Enfatizo en esto porque en el contexto de esta Carta, para los pueblos, por más afligidos que estén como es el caso de Venezuela, tiene muy poca aplicabilidad. Pese a ello, desde la Asamblea venezolana se ha acudido a este mecanismo como un medio diplomático de presión.
A mí, personalmente, me hubiera gustado que la solicitud no la haga el Presidente de una Asamblea Legislativa que todavía es incapaz de dictar la amnistía a los presos políticos, a pesar de que tienen una mayoría de 112 asambleístas.
Hubiera sido muy importante que un grupo de países -y los hay en este momento con nombre y apellido: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y hasta México- se hubiese dirigido al Secretario General de la OEA para indicar que las circunstancias de Venezuela ameritan una reunión extrarordinaria de la Asamblea General para estudiar, ofrecer buenos oficios y, a lo mejor, si es que el Gobierno venezolano acepta, enviar una comisión como un medio de presión.
Sin embargo, ¿cómo entender la indiferencia de la región a la situación crítica que vive Venezuela? Esto, para mí, es como tratar de averiguar cuáles son las causas de los terremotos. Si son gobiernos democráticos y están viendo que un pueblo no come, no tiene agua ni electricidad, es reprimido en las calles y tiene presos políticos por más de un año ¡¿por qué no se expresan?!
Hay acciones, sin duda, como los oficios de los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Martín Torrijos, de España y Panamá, respectivamente. Pero el mensaje que más me ha conmovido es el de Pepe Mujica, expresidente de Uruguay: “el señor Maduro está más loco que una cabra”. Este es un mensaje de fondo, dado el peso moral que tiene Mujica en el continente.
Por eso, creo que Maduro tiene los días contados para irse, como principio de una solución parcial. Pues Venezuela se demorará mucho para recuperar estabilidad completa. Si se va Maduro, se sigue el orden constitucional con el Vicepresidente asumiendo la primera función hasta el final del mandato. Y que en nuevas elecciones el pueblo decida.
En este panorama, sin embargo, el gobernador de Miranda, Henrique Capriles, ha conminado a los militares a que se pronuncien. Yo veo esa declaración en un contexto político y hasta electoral. Pero el problema es que cuando se habla de Venezuela, y particularmente desde dentro, hay muy pocas luces.
Las luces tendrán que llegar desde fuera. Incluso sería importante repasar, aunque los escenarios son totalmente distintos, aquella acción que el Grupo de Río desarrolló por la paz en Centroamérica a mediados de los 80. Así, un grupo de países sudamericanos, con el peso mundial y moral suficiente, pudieran reunirse y hacer propuestas que sean coherentes y permitan la adhesión de otros países. Es importante que el continente, al unísono, exprese su preocupación por Venezuela y proyecte una salida pacífica para la crisis.
Entre tanto, hay que advertir que, en el fondo, el conflicto venezolano no está entre la oposición y el Gobierno. El problema está entre los militares castristas comandados por Maduro y el grupo de militares -tradicionales golpistas- liderados por Diosdado Cabello. Este es un juego de equilibrio de terror. Es un juego perverso del poder militar.
Por eso es importante la acción de los Estados de la región. Ya la oposición perdió legitimidad moral en el momento en que no pudieron decretar la amnistía para los presos políticos, tomando en cuenta que esa es una potestad exclusiva de los parlamentos. Así lo dice la Constitución venezolana en su artículo 187, numeral 5.
Por ello, los gobiernos democráticos de América Latina tienen la obligación ética de que se busque una salida democrática para Venezuela, para que no estalle la violencia y su pueblo no sufra más.
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