Carlos Montúfar, Universidad San Francisco de Quito
¿Elipsoide o geoide? Sobre la forma de la Tierra hay una realidad absoluta que viene históricamente. En el siglo XVIII se hicieron unas mediciones por parte de Cassini y su equipo, las cuales daban a entender que la Tierra era una especie de elipsoide, pero se pensaba que en el ecuador el radio era menor. Luego aparece Newton con su teoría de gravitación, la cual predice claramente que si la Tierra está girando y se está formando por las fuerzas centrífugas y centrípetas pues tenía que ser gordita y tener una panza. A esto la Misión Geodésica, en un primer y tremendo esfuerzo internacional, emprende la medición de la Tierra y la conclusión es clarísima: el planeta cumple con la teoría de la gravitación de Newton, tiene una pancita, es tacha en los polos y el radio es 20 km mayor en el ecuador que en el polo.
Newton no solamente hace este planteamiento, sino que su trabajo respalda al de Copérnico al sostener que la Tierra no está en el centro del universo. Copérnico, entonces, formula un cambio de paradigma. Luego Newton propone su teoría y con la Misión Geodésica, en Tababela y Cuenca, se demuestra que estaba en lo correcto.
Sin embargo, la Tierra no es una esfera perfecta, pues su densidad no es constante. Hay sitios donde hay más elementos pesados, por ejemplo, y entonces la fuerza gravitacional varía localmente. Inclusive, la fuerza centrífuga de rotación es mayor en el ecuador y se reduce hasta 0 en los polos lo que produce la fuerza Coriolis que da lugar a los huracanes.
La Tierra, grosso modo, es una esfera y no hay un replanteamiento en ese tema. No es una esfera perfecta, está claro, porque desde Pangea los continentes se fueron moviendo. La corteza planetaria es muy dinámica y eso lo estamos viendo estos días en tanto la placa de Nazca que está por debajo de la Sudamericana se está resbalando y en ese recorrido subieron las tensiones y se liberó la energía que produjo el terremoto.
Así la corteza tiene un movimiento dinámico de seis a ocho centímetros por año. Galápagos, por ende, se está aproximando hacia el continente, así como Japón tras el terremoto de 2011 se desplazó hacia el este.
Históricamente, el movimiento de placas dio lugar a que la vida florezca, porque determinó la ruptura de una gran masa con la generación de climas variados y este aspecto, a la par, dio raíz para que se gestara la evolución.
Ahora, el giro de la Tierra en torno a su propio eje genera también una precesión cada 25 000 años. Es como el movimiento de un trompo: gira sobre su propio eje y este movimiento provoca además un cambio en la orientación del eje: a eso se denomina precesión. Todo esto determina dinámicas internas que todavía no conocemos, pues sabemos más del espacio que del propio núcleo del planeta. Y si bien la vida en la Tierra tiene unos 3 500 millones de años, con sus primeros 1 000 millones muy agresivos, ahora estamos en una ventana de estabilidad.
No obstante, un tema de estudio fundamental para la Tierra es sobre su campo magnético y va en relación directa con un núcleo del cual poco conocemos. Sin él la vida sencillamente no se da. Hay teorías que sostienen que dicho campo va cambiando cada determinado número de años y pasa por 0. Y cuando eso ocurre se acaba la vida. Su variación puede tener tremendas consecuencias y eso sí no está bajo nuestro control…
¿La mano del hombre está acelerando cambios dramáticos? ¿Qué pasará, por ejemplo, tras todo el extractivismo petrolero, el fracking y las explosiones nucleares? Sin caer en fatalismos, la data que existe en torno a estos hechos todavía es muy incipiente. Por eso, no me atrevo a sostener que el hombre está acabando con la Tierra, porque en el planeta tenemos sistemas de autocorrección y, en el último de los casos, el ser humano no es ni el único ni el más importante ser vivo. El planeta ha sido muy resiliente y ha habido cinco megaextinciones en las cuales alrededor del 95 por ciento de la vida ha desaparecido. Por ello, el hombre no puede creerse hoy el centro del universo.
Punto a favor de la humanidad, sin embargo, es su conciencia, lo cual determina también un principio de autocorrección. Pensemos, por ejemplo, en Los Ángeles de los años 60: una ciudad invivible por el esmog. Ahora es una de las más limpias. ¿Por qué apostamos entonces por estas acciones de autocorrección? Por una necesidad de sobrevivencia, para que nuestra prole viva bien o mejor.
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Acudir al FMI no solo que no es inconveniente, sino favorable a la conducción de la economía ecuatoriana en el mediano y largo plazo. Cuando un adicto – en este caso al insostenible gasto público – no puede controlarse a sí mismo, no queda otra alternativa que someterlo a la cura forzada, por dura que pueda aparecer. Ecuador es un país caro y poco competitivo, entre otras razones porque la inflación en estos 9 años ha sido 25 puntos porcentuales más alta que en USA – país emisor del dólar – y se le ha recargado de impuestos a las empresas y a los ciudadanos.