En la zona de Tabacundo, al norte de la provincia de Pichincha, el paisaje se ha llenado de invernaderos que cobijan uno de los productos más emblemáticos de Ecuador: la rosa de exportación. Las condiciones de altura, clima y luminosidad han permitido que esta localidad sea reconocida como la capital mundial de la rosa, con una producción que llega a destinos como Estados Unidos, Europa, Rusia y Medio Oriente.
Las florícolas instaladas en el sector han impulsado la creación de miles de puestos de trabajo, especialmente para mujeres jefas de hogar y jóvenes de las comunidades rurales cercanas. Los salarios, aunque muchas veces modestos, han contribuido a dinamizar el comercio local, mejorar el acceso a la educación y ampliar servicios en la zona.
Paralelamente, las empresas han desarrollado programas de responsabilidad social, apoyo a escuelas y proyectos comunitarios.
Sin embargo, este modelo productivo también plantea desafíos. Organizaciones sociales y ambientales han llamado la atención sobre el uso intensivo de agua, la aplicación de agroquímicos y las condiciones laborales en algunos cultivos. El equilibrio entre competitividad internacional y sostenibilidad ambiental se ha convertido en un tema central, así como la necesidad de diversificar la economía local para no depender exclusivamente de la floricultura.
Mientras tanto, Tabacundo se proyecta al mundo a través de ferias, festivales y campañas que destacan la calidad y el simbolismo de sus rosas. La marca país se nutre de esta historia, en la que una pequeña localidad andina logró posicionarse en el mapa global gracias al esfuerzo de productores, trabajadores y comunidades.
Relevancia para Ecuador
La experiencia de Tabacundo muestra cómo un producto agrícola de alta calidad puede convertirse en motor de desarrollo local y fuente de divisas. Al mismo tiempo, plantea la urgencia de fortalecer estándares laborales y ambientales que garanticen un crecimiento sostenible y responsable para el país.
Foto de portada: Campos de rosas en Tabacundo listos para su cosecha y exportación. Segundo Fernández en su plantación de San Juan Loma, Ecuador.
Crédito: Irina Dambrauskas / EL PAÍS
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