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Los deberes esenciales

Fabián Corral
Dialoguemos
viernes, agosto 15, 2025
El verdadero deber de quienes ocupan el poder en Ecuador —presidente, jueces, legisladores y líderes gremiales— no es la confrontación ni la defensa de intereses personales, sino el servicio a la gente y la búsqueda del bien común. La historia de otros países demuestra que es posible superar crisis mediante acuerdos y renuncias mutuas. Hoy, más que retórica o cálculos políticos, el país necesita grandeza, sensatez y responsabilidad cívica para desbloquear caminos y garantizar paz, seguridad y progreso.
Tiempo de lectura: 2 minutos

¿Cuáles son los deberes esenciales del presidente de la República, de la Corte Constitucional, de la Asamblea Nacional y de los dirigentes de todos los gremios? En teoría la respuesta a esta interrogante es servir a la gente, hacer posible el bien común y crear las condiciones necesarias para que cada persona llegue a su plenitud personal con su esfuerzo; porque para eso existe el Estado, para eso está la política y solo a eso se debe el poder.

 

Semejante tarea supera toda disputa, toda diferencia y toda consideración teórica, académica o partidista. Esta tarea supera las competencias a las que se aferra cada poder, toda especulación que se haga sobre precedentes o doctrinas, toda antipatía, todo odio y toda pequeñez. Lo que está en juego es el destino del Ecuador, no es el lucimiento de poderes absolutos o personajes, no es la retórica ni el desfile. Lo que importa ahora es el ejercicio de la responsabilidad, y el difícil esfuerzo por llegar a soluciones. Eso supone aceptar que está de por medio la grave tarea de renunciar a los egos, de remontar los cálculos, está la tarea de hablar y plantear, sin dubitaciones ni equívocos, que hay que encontrar soluciones, que hay que alinearse con el país y con los derechos de la gente.

 

Existen varios ejemplos de que los países pueden superar los peores momentos de su historia, y que sus dirigencias sí pueden darse la mano, hablar con franqueza, dejar de lado trincheras tras las que se esconden los egos. España enfrentó los retos de la transición en los pactos de la Moncloa. Chile superó diferencias, al parecer irreconciliables, en la Concertación. ¿En Ecuador seremos capaces de pensar en esas posibilidades, con la talla que imponen las circunstancias, y hacer mutuas renuncias, enterrar argumentos y debates y sentarse a discutir soluciones duraderas, opciones siempre posibles y prontas? ¿Serán capaces de entender que el país necesita acuerdos?

 

Habrá que asumir, si hay buena fe y patriotismo, que las circunstancias han puesto en entredicho a la ley, que la Constitución debe ser herramienta útil y no argumento para debatir y bloquear, que las facultades presidenciales deben considerar también aquello. ¿Será posible semejante sueño, o nos hundiremos debatiendo competencias, precedentes, palabras de la ley, argucias de entrevistados y lucimientos de sabios?

 

Ni desfiles ni pancartas ni maniobras ni cálculos. Ni caprichos. Ni discursos. Ni poderes supremos. Se necesita grandeza, sensatez y sentido de responsabilidad cívica de todos quienes hacen parte de este drama de malentendidos, tácticas y jurisprudencias. Se necesita asumir que esto que llamamos Ecuador es nuestra casa, nuestro espacio de vida, y que sin paz no hay hogar; sin seguridad, no hay libertad; sin certeza y sin confianza, no hay posibilidad alguna de progreso; solo habrá pobreza y miedo.

 

Es necesario desbloquear los caminos, posibilitar los encuentros, pensar en la tarea fundamental que, incluso según la Constitución de la República, es preservar los derechos de las personas, trabajar por su bien. No es solamente hacer actos de poder: es hacer actos de país.

 

Artículo publicado en EL UNIVERSO, el 14 de agosto de 2025

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