“Ecuador vive una situación difícil, compleja y contradictoria”, sostiene Montaño. A su juicio, el país continúa arrastrando problemas estructurales en temas claves como la seguridad, la economía, la educación y el respeto al Estado de derecho. “En la última década se ha fracturado la institucionalidad, se ha banalizado la política y se ha debilitado la justicia”, afirma con preocupación. Esta degradación ha generado una desconexión entre la clase política y la ciudadanía, que percibe a los gobiernos como distantes y alejados de sus necesidades reales.
En ese sentido, el académico considera que el nuevo presidente Daniel Noboa llega con un importante respaldo ciudadano, no solo por el resultado electoral, sino por la ilusión colectiva de un cambio. “El país vive con esperanza este nuevo momento político”, dice Montaño, pero advierte que esta expectativa exige acciones concretas desde el poder Ejecutivo.
Consultado sobre los primeros pasos que debería dar el nuevo gobierno, Montaño es claro: “El presidente debe enviar señales claras sobre los caminos que recorrerá su política”. Y esas señales no deben limitarse a la lucha contra la inseguridad o la gestión económica, sino también a la defensa de la justicia, la democracia, y los derechos humanos.
Uno de los aspectos que destaca es el respeto al proceso de selección del nuevo fiscal general del Estado. “El Ejecutivo tiene el deber de respetar mucho ese proceso, de apoyarlo y luego de trabajar coordinadamente para fortalecer ese frente que tiene como cometido fundamental luchar contra el delito y la corrupción, que buena falta hace en nuestro país”.
Pero más allá de los anuncios, Montaño enfatiza en la necesidad de mantener una “conexión permanente con la ciudadanía”. Advierte sobre el riesgo de que el poder aísle a los gobernantes: “No caer en círculos donde solo se escucha lo bueno y se endiosa a las autoridades es crucial. El presidente debe empaparse todos los días de la realidad nacional”.
Una de las preguntas clave de la conversación fue si el Estado ecuatoriano está preparado para asumir los cambios que plantea el nuevo gobierno. La respuesta es categórica: no. “Nunca la institucionalidad vigente va a estar preparada para asumir el cambio que un nuevo gobernante quiera impulsar, porque precisamente se trata de replantear las cosas”, argumenta Montaño.
El desafío, entonces, está en lograr que esos cambios sean sostenibles, estén acompañados de voluntad política y recursos adecuados, y que se enfoquen en optimizar el funcionamiento del aparato estatal. Para ello, insiste, se necesita también una ciudadanía vigilante, crítica y participativa.
En un contexto de transformación y crisis institucional, ¿qué puede hacer la academia? Montaño responde con convicción: “La universidad tiene una tarea permanente de transformación, que se realiza desde la formación de profesionales con excelencia, desde la investigación enfocada en los grandes temas nacionales y desde la vinculación con la sociedad”.
Desde la Universidad Andina Simón Bolívar, explica, se impulsan proyectos que abordan áreas clave como la seguridad, la política social, el sistema económico y la educación. También se trabaja con comunidades, organizaciones sociales y sectores tradicionalmente excluidos, con el objetivo de construir propuestas viables que contribuyan a la formulación de políticas públicas más justas.
“La universidad debe ser un espacio de debate, de pensamiento crítico, pero también de acción”, asegura.
Al cierre de la entrevista, Montaño lanza un llamado tanto al gobierno como a la sociedad. “Existen muchas expectativas de cómo se decante el ejercicio de la política en los próximos años. El gobierno tiene una oportunidad de oro para cambiar las cosas y no permanecer inmóvil ante lo que pasa en el Ecuador”.
El cambio, insiste, debe estar orientado a ofrecer dignidad, certidumbre y confianza, especialmente a los jóvenes, muchos de los cuales sueñan con emigrar por falta de oportunidades. “Hagámoslo mejor para que la gente quiera quedarse, trabajar y soñar en un país que sí le ofrezca un futuro”.
Ecuador, dice el rector, necesita urgentemente una transformación que no sea solo de discursos, sino de estructuras, prácticas y mentalidades. Y esa tarea no puede esperar más.
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