A lo largo de la historia han sido muchas las civilizaciones que han ido surgiendo. Estas, en su origen, fueron pueblos nómadas que se desplazaban en función del tiempo, los recursos y las necesidades del grupo. Sin embargo, poco a poco comenzaron a asentarse, formando pequeñas aldeas comunitarias en las que desarrollaron habilidades sociales nuevas. Una de las primeras civilizaciones de la historia surgió en la región del Mediterráneo oriental, conocida como el Creciente Fértil.
Este territorio, fácilmente reconocible por su forma de media luna, se destacó por la fertilidad de sus tierras y el temprano desarrollo agrícola, favorecido por las aguas de los ríos Tigris y Éufrates. La presencia de estos dos grandes ríos dio origen al nombre de Mesopotamia, que significa “Entre dos ríos”. Es por ello, que el primer asentamiento humano documentado en la zona data de aproximadamente el año 9.000 a.C., en la ciudad de Jericó, ubicada en lo que hoy es Palestina.
Es por ello que esta ciudad situada en el corazón del desierto de Judea es considerada la ciudad habitada más antigua del mundo. Los restos arqueológicos encontrados en esta área han revelado que la primitiva Jericó ya contaba con habitantes en la Edad de Hielo, lo que la convierte en un lugar excepcional dentro de la historia de la humanidad. Este asentamiento fue clave para el desarrollo de un estilo de vida sedentario, en el que las primeras comunidades dejaron atrás el nomadismo y comenzaron a cultivar en tierras fértiles, aprovechando las aguas del río Jordán y varios manantiales naturales cercanos.
Primeras viviendas y cambio hacia el sedentarismo
Las excavaciones arqueológicas realizadas en Jericó han sacado a la luz cerca de 70 viviendas prehistóricas, de forma circular y construidas con arcilla y paja, que datan de hace más de 11.000 años. Estos vestigios son prueba del paso de las comunidades humanas de un estilo de vida nómada a uno sedentario, lo que representó un hito en la historia al permitir el desarrollo de la agricultura en la región. Este cambio no solo transformó el modo de vida, sino que también impulsó el crecimiento de herramientas y objetos domésticos necesarios para esta nueva vida en comunidad.
Uno de los descubrimientos arqueológicos más destacados son los utensilios de cerámica con inscripciones prehistóricas, encontrados al norte de la ciudad. Estas piezas habrían sido usadas para conservar alimentos o para cocinar, lo que da cuenta de un desarrollo temprano de tecnologías alimentarias.
Además, las comunidades construyeron murallas de piedra que cumplían una doble función: proteger a la población de ataques externos y controlar los niveles de agua de los manantiales cercanos para prevenir inundaciones. Estas fortificaciones, de las cuales se tiene registro en textos bíblicos, datan del siglo VIII a.C., lo que indica que Jericó no solo fue una ciudad pionera en el sedentarismo, sino también en la construcción de infraestructuras defensivas.
Rincones únicos que son Patrimonio de la Humanidad
A día de hoy, Jérico cuenta con un rico patrimonio histórico que tiene su máximo exponente en las ruinas de Tell es-Sultan, ubicadas al norte del casco histórico de la ciudad. Este yacimiento arqueológico, que corresponde a la antigua ciudad de Jericó, ha sido declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO debido a su valor excepcional. Tell es-Sultan alberga vestigios de las primeras civilizaciones y ofrece a los visitantes una visión de la vida en una de las primeras ciudades de la humanidad.
Otro de los puntos de interés en Jericó es el Manantial de Eliseo, también conocido como la Fuente de Eliseo. Situado cerca de Tell es-Sultan, este manantial es famoso no solo por su relevancia arqueológica, sino también por su significado cultural. En sus paredes se puede leer la inscripción “Ciudad más antigua del mundo”, una distinción que atrae a miles de visitantes cada año y que convierte este lugar en uno de los más fotografiados de la ciudad.
Además, la ciudad cuenta también con vestigios del Califato omeya, representados en el Palacio de Hisham, construido hacia el año 743-744. Inspirado en las termas de la civilización romana, el palacio destaca por sus mosaicos y decoraciones en estuco, que han resistido el paso del tiempo y ofrecen una ventana al esplendor de la arquitectura islámica temprana. Algunos restos de este palacio se conservan en el Museo Rockefeller de Jerusalén, lo que permite que su legado histórico trascienda las fronteras de la ciudad.
Finalmente, el Monte de la Tentación es otra visita obligada en Jericó. Este emblemático lugar, envuelto en el paisaje desértico de Judea, es conocido por su vinculación con la Biblia. Según los relatos, fue aquí donde Jesús pasó cuarenta días en ayuno y resistió las tentaciones del diablo, lo que le confiere un profundo significado espiritual. Este monte es, además, uno de los principales puntos panorámicos de la ciudad, desde el cual los visitantes pueden observar la vasta extensión del desierto y comprender la dimensión histórica y cultural de Jericó.
Texto original de Infobae
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