María José Rey y Núria Morchón |
Santiago de Chile (EFE).– “Que la gente empatice”, dice a EFE el novelista gráfico chileno Demetrio Babul sobre el objetivo de su cómic ‘Mi Novia Palestina’ (Planeta, 2024), una historia de emigración contada al más puro estilo western que se desarrolla en el magnífico escenario de Los Andes.
Narra la odisea de la bisabuela de Babul, una árabe que emigró en 1914 huyendo ya de un conflicto que comenzaba a modelarse y que un siglo después volvió a estallar con toda su crudeza con la actual guerra de Israel en los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.
Según Babul, su novela le habla a los lectores a que “incorporen ideas nuevas, aparte de que los palestinos son terroristas y de que viven en una tragedia constante”. Coloca en su epicentro la necesidad de “hablar de un tema que afecta a gente y que no es bueno, no hay un avance”.
“Que conozcan algo del origen de los que están acá”, expone Babul en referencia a la colonia palestina en Chile, convertida en la más numerosa fuera del mundo árabe -y una de las más antiguas-, con unas 500.000 personas, en su mayoría procedentes de las localidades de Belén, Beit Sahour y Beit Jala, desde donde migró su propia familia.
El relato incluye a otras cuatro mujeres que llegaron a Chile cruzando la cordillera de Los Andes y fue pensada como un guion cinematográfico, que luego tomó forma de novela gráfica del popular género norteamericano, porque “de niño veía muchas películas de western”, confiesa Babul de 51 años.
“No es una investigación periodística”, advierte el cineasta, y “está armada con elementos de historias que he escuchado de otras personas y con recuerdos de familiares”.
“Tuve que proyectarla, pero yo he conocido a todas esas personas y traté de reflejarlas un poco exageradas también”.
Contiene un manifiesto del progreso de esa comunidad en el país austral que, como explica Babul, “son bien orgullosos de su aporte, han construido industrias, tienen grupos económicos ahora, y en el fondo, el agradecimiento a la gente que los recibió”.
El cómic refleja en su inicio el origen de la diáspora palestina durante la ocupación turca y su final expone la realidad de un conflicto que no tiene fin, y que actualmente vuelve a enfrentar a árabes e israelíes.
“El conflicto no es contra alguien, no hay un villano. Ahí los conflictos son de ellas mismas, es como una de las cosas que pasan en la vida a las personas y la parte psicológica del paso de las montañas”, explica Babul.
El autor expone que el libro muestra que “mucho no ha cambiado desde hace 100 años hasta ahora”, para un pueblo que también afrontó el paso de las cruzadas, la ampliación del Islam y la llegada de los romanos.
“La Historia es como una rueda que gira sobre sí misma, o sea se va moviendo el progreso, va avanzando, pero se queda ahí mismo”, reflexiona.
A Babul le gustaría que el libro lograra “hacer que los palestinos y los descendientes se hagan cargo” de un problema en el que algunos “no quieren meterse”, considera.
“Por lo menos hasta mi generación, y somos de los pocos que podemos hacer algo por ello, porque allá están en guerra. De la misma manera como la comunidad judía creó Israel, se puede solucionar un problema”, argumenta.
El dibujante sopesa que para los hijos de palestinos que crecieron en otra realidad “el conflicto les puede traer complicaciones también para los negocios con la colonia judía porque todo pasa por los negocios, en buena parte de la colonia”.
Al mismo tiempo valora que “la generación que viene detrás de la mía ya está cambiando eso, están dándose cuenta de que la herencia cultural están borrándosela a bombazos”.
Babul es crítico con algunas situaciones que genera la adhesión a la causa de personas sin vínculos con Palestina.
“Me molesta que se utilice como un martillo político. Cuando se abandera una causa por un bando, al tiro eso te genera la reacción contraria”, afirma.
Y reflexiona sobre la banalización que conlleva el acercamiento de personas de distintos orígenes a manifestaciones por ser un tema en tendencia.
“Cuando funciona así, porque algo es popular, después desaparece. Por eso hay que entenderlo como una cosa constante, tener conciencia no más”, redondea. EFE
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